jueves, 14 de mayo de 2020

Well...







Digan lo que digan, hacerla de pedo no está en mi campo. Liosa no soy. Me cagan las confrontaciones. Algunas serán necesarias, algunas me las obligo, pero las odio porque vivir en el conflicto no es lo mío. En otra vida debí ser una jipi valemadrista feliz. Todavía el año pasado decía que me iría a vivir a una playa a vender piñas con tal de dejar las pendejadas que me agobian y buscarme unas nuevas. Me acordé porque estaba pensando que muchas de las violencias que padecemos las mujeres son porque 1) tenemos miedo a alzar la voz, 2) porque neta las permitimos porque no queremos pedos que nos perturben, como yo. Me acordé de cómo preferí dejar de pedir la pensión alimenticia al que engendró a mis dos hijos. Primero iba a la casa a verlos y no llevaba más que los 200 pesos semanales, neta en él se basó el meme tan famoso aquél; luego ya no iba ni a verlos con tal de que yo no le pidiera más; luego le dije, bueno, ve a verlos, no me des ni madres, con tal de que los veas. Nada. Luego un día porque mi andré chiquito me preguntó por él, emperrada fui a buscarlo a su casa y afuera le grité que ahora a webo mínimo pinche dinero lo iba a obligar a darles, si ya no les iba a dar amor unos pinches tenis sí, y que sale el pendejo y se ríe y me dice que lo obligue. Y pos no pude. La abogada de la parroquia, en consulta gratuita, me dijo que lo dejara por la paz porque son líos muy largos, otro de plano me dijo que no había manera porque él (el engendrador) tampoco tenía en qué caerse muerto, así que utilicé por pocos días eso de no dejárselos ver, que dirán, a fin de cuentas ni importaba porque él no iba a verlos, pero ya saben, en cuanto supo que yo no lo iba a dejar pues se empecinó a ir diario diario diario por ellos y llevarlos al parque. ¿Seguí buscando la pensión? No. Yo solo quería que los viera y no me importó que no diera dinero a pesar de las necesidades. Y santa paz. ¿Injusto?¿Pusilánime, cobarde, tibia? Sabe. Hay gente que nace con esa vena, yo no. Vivía tranquila sin sus gritos y sus patadas a la reja o a la pared, mis hijos todavía lo vieron unos meses,lo extrañaban muchísimo, hasta que ya después todo fluyó de otra manera... Todavía soy así y a veces me lo reprocho. Todavía me alejo de conflictos gratuitos, pendejos, de veras pendejos, que ni valen la pena, situaciones que no tolero y que mejor dejo pasar. Todavía estoy atorada en otros tantos conflictos que trato de resolver. Y nada tiene que ver con ser o no una culera, lo soy. Pero por eso las violencias de otras formas siguen para mí y para muchas. Quien sabe qué se necesita para sacar la garra. Creo que lo sé, pero ese es otro tema porque sigo bien casada con el Dude y su frase: Yeah, well, you know, that's just like, uh, your opinion, man.







"Una escoje sus batallas y también cuándo retirarse"

lunes, 4 de mayo de 2020

DE LA DEMONIZACIÓN DE LA MALDICIÓN MENSUAL O HÁGAME UN TECITO PARA LOS CÓLICOS




saber
que Dios está escondido entre tus sábanas

sudoroso

consagrando tu sangre menstrual

elevando el cáliz de tu vientre.

Descubrir de pronto que Dios

era una diosa,

última ascesis,

de aquí a la eternidad.


Cristina Peri Rossi




Las mujeres que menstrúan no pueden hacer mayonesa ni tocar las plantas ni bañarse ni salir ni tener sexo; se les corta aquella, se les secan estas, les hace daño el agua, la gente puede enterarse si se asoman y es sucio. Cuenta mi madre que por mucho tiempo este fue un tema difícil de hablar entre las mujeres de su casa, “andar en sus días” estuvo sujeto a múltiples concepciones, todas de acuerdo a su época. Mi abuela Mina les enseñó a ella y a mis tías la fabricación y el uso de las compresas de tela que con sumo cuidado y recato lavaban en el río, ocultas de la vista de todos. Y dado que las mujeres, en su mayoría, han menstruado desde la edad conveniente para ello, compartimos historias similares, por lo general alrededor de un halo de asco, pena y rechazo, aunque deberíamos observar que en el mundo hay quien considera la sangre menstrual la fuente de la vida eterna, un elixir para la inmortalidad; no aquí, que desde muy tiernas tratamos de esconder nuestro periodo, con sus cólicos y desasosiegos, de otros, hombres y mujeres a los que no concebimos como partícipes de nuestra intimidad. Así que entre tabúes, medias tintas, comerciales de toallas para sangre azul y nuestras propias vergüenzas, muchas crecemos con una idea estigmatizada de nuestro ciclo.

Hace unos días, “en mis días”, vi la cara de sorpresa de un hombre cuando saqué de mi bolsa un tampón y me enfilé al baño, tampón en mano y sonrisa en la cara por la incomodidad que le corría por el rostro. Tal vez, pensé, ser discreta en un espacio público le hubiera ahorrado una vergüenza que yo no sentí, o bien, pude haber tomado mi bolsa entera e ir al baño, pero nada de esto eran opciones para mí. Mucho hemos pasado ya desde que por los siglos de los siglos nos consideran enfermas e impuras, poseídas por algún demonio que nos hace sangrar en rituales paganos, todo por nuestro aparato genital, como para pensar en la incomodidad de otros antes que la mía, que la nuestra. Porque aunque luego todavía estamos llenas de pena, rezago o indiferencia para conocer nuestros ciclos reproductores, a veces me parece que el pudor viene de que nos crean desvalidas, incapaces y en pleno desequilibrio hormonal antes que por la sangre que nos acompaña, esa pena de los tiempos de la secu, cuando una mancha roja en el pantalón era la fuente de algún apodo y la muerte social. Pero va más allá: todas hemos escuchado el “compréndela, le bajó”, o el famosísimo “no le hagas caso, anda hormonal”, de por sí nunca falta quien se atreva a mostrar su ignorancia exacerbada al menospreciarnos con el típico “pinches viejas, todas están locas les baje o no”.

Eso sí, hay mujeres para quien el periodo es la verdadera bendición de cada mes y para quien la frustración se refleja en el correr de esa sangre entre las piernas. Otras, ante sus carencias, aprovechan todo para detener el flujo, desde hojas de papel hasta barro, o como las mujeres que viven en la calle y que tienen que resolverlo, y hay las que pueden acceder a copas menstruales; a las que les pega intensamente como una tromba y hasta llegan a necesitar atención médica, y a las que les no les causa malestares.

En el comienzo de todo, pero al quinto día, but of course, Dios creó al varón y a la mujer, a ambos nos bendijo, pero por desobedientes y aventureras a nosotras nos envió como castigo la menstruación y el parto con dolor. Aunque me gusta más la romantización de la Luna y sus fases, su ritmo de 28 días, 13 veces al año, en un símil muy bonito que diversas culturas han adoptado de nuestro ciclo menstrual y la conexión de fuerzas y energías. Los hombres desde tiempos remotos también han husmeado. Aristóteles aseguró que el semen formaba el embrión sobre el flujo menstrual; Hipócrates nos regaló el término histeria y Simónides de Ceos dijo que la mujer es como el mar, con periodos de calma y tormenta. La menstruación y la pubertad están de manera simbólica en la “Caperucita roja” de Perrault; y en Carrie, de Stephen King, la sangre a mi parecer llega de forma violenta con la menstruación, las burlas, los gritos y la venganza. Las mujeres -ella misma- insinuantes y seductoras de Alejandra Pizarnik transitan por ciclos de sexualidad y melancolía, de fiereza y sumisión, del erotismo por la sangre que alimenta a mujeres vampíricas como su Condesa Bathory; y Simone de Beauvoir, que retomó desde los tabúes y la biología también lo que llamó la “maldición” mensual en El segundo sexo, porque no podemos dejar de lado la ciencia.

La travesía que nuestro cuerpo emprende mes con mes también se enfrenta a políticas de control, tanto como para que a veces pareciera que eso de lo que no se habla de forma abierta y pertinente sólo está en el imaginario de las personas y ha minado la credibilidad e identidad de las mujeres. Porque si bien es cierto que no hay ninguna relación entre el desarrollo de nuestra inteligencia con la menstruación, todas debemos estar conscientes de que el hipotálamo nos juega una trastada al reunir un ejército de hormonas que si no somos capaces de controlar se llevan de calle nuestra estabilidad emocional en esos días, pero que tiene remedio si nos conocemos y estamos en paz con nosotras, hay mil recetas para sentirnos mejor. Mientras, la normalización de la histeria hace que seamos “enigmáticas” porque no sabemos qué queremos, o sea, inestables en comparación con los hombres, necesitadas, urgidas de miembros viriles para equilibrarnos mientras comienza otra vez nuestro ciclo, sin que crean que somos capaces de divertirnos porque dicen cosas como que llegó Andrés, que navegamos con bandera comunista o que se nos descongela la chuleta, menos cantar siquiera que “las histéricas somos lo máximo, extraviadas, voyeristas, seductoras, compulsivas finas divas arrojadas al diván de Freud y de Lacan”. Cada una con su identidad.

Otra política de control es la publicidad. En pleno 2018 seguimos hablando de productos de “higiene femenina”, que nos remite a la idea de suciedad, a lo que debe ser sanitizado, jabones y lociones para disimular “olores” y los productos de gestión menstrual (Gloria Steiner dixit) siguen relegados, como la copa, y que no se promueve a pesar de significar mayor comodidad y educación sexual en la mujeres, sino que su omisión responde a meros intereses comerciales y tradicionales. Todo esto sigue siendo un discurso sobre nuestro cuerpo. Que es lo mismo que hablar sobre tener sexo mientras nos baja. El pudor y el estigma no son vencidos del todo por la conciencia de nuestro cuerpo, a sabiendas de que los orgasmos reducen los dolores y malestares, que estamos ávidas de cariños y chiqueos, de tecitos para los cólicos, de nieve y películas (aunque no perdamos de vista que aumenta un poco los riesgos de contagio de ETS, así como el cuello de la matriz se abre para que fluya la sangre, así permite la entrada de infecciones). Con esto mismo me refiero a la limitación que tenemos al no querer mostrar nuestra “debilidad”. ¿Qué tendría de malo en externar que no nos sentimos bien? ¿O por qué tenemos que ocultar la tristeza? Lo sé, en otros países hay hasta incapacidades por menstruación. Por el momento, solo me quedo con el derecho de quejarme, apoyada en el entendimiento del otro. Nadie reacciona de la misma manera al dolor, la relación que tenemos con el mundo nos hace recibirlo de otras formas pero todos tenemos la necesidad de recibir alivio y tranquilidad. Si pensamos que somos valientes por soportar los cólicos y dolores de parto sin quejarnos, a la primera de cambio cualquier queja saca a flote un menosprecio por lo que parecería la fragilidad de nosotras, los viles chantajes emocionales que nos achacan, el escándalo y el menosprecio a estas incidencias; comprender todas estas sensaciones también ayudaría a hacer de lado la victimización de quien padece los dolores y abonaría al entendimiento de quien acompaña. 

Porque mientras que para los hombres la sangre es suciedad, violencia y muerte, la sangre de las mujeres es un símbolo de fecundidad y paradójicamente de enfermedad, que no termina aun cuando se haya ido la regla con la menopausia, esa mujer que ya no menstrúa dejó de funcionar para el mundo, es estéril ya. La sangre menstrual también ha personificado la relación entre los diversos sexos en la sociedad. Nos estableció en un discurso. No solo nos diferencia biológicamente, sino que ha sido pieza clave para establecer dinámicas, muchas de las cuales han empujado a las mujeres a la rebelión. Ojalá que al menos termináramos con esta absurda vergüenza para reapropiarnos de nuestros fluidos, que como lágrimas, sudor, saliva o semen, también cumple una función, pero que en nosotras nuestra sangre ha envilecido nuestro cuerpo y nuestra mente, al considerarnos enfermas e impuras, locas, mujeres poseídas por algún demonio que nos obliga a sangrar para alimentarlo, que nos hace bailar trastornadas al ritmo de los tambores como bruja en Noche de Walpurgis, mientras succiona nuestra sangre. Aunque, pensándolo bien, esto último no suena tan mal.





@negramagallanes

LA QUE NO QUISE SER






Yo estaba a la orilla del mar y mis palabras provocaron

una ola grande, furiosa, que me levantó.

Desde entonces no he vuelto a pisar tierra firme.



Antonieta Rivas Mercado





Lo veo así: si bien el tiempo ha reivindicado parte de las luchas de las mujeres y nos ha permitido ganar algunas de las batallas, el techo de cristal (las trabas invisibles) continúa en todos los ámbitos, no solo el laboral, por lo que no hablaré en este texto de un pretérito, como si todo perteneciera ya a los anales de la Historia y las mujeres gozáramos de libertad, equidad y autonomía, eso está lejos de que lo vea. Aún está claro para mí que una de las estrategias del patriarcado es invisibilizarnos, en lo general seguimos sin ser partícipes de esta Historia a menos que seamos compañeras, madres e hijas de los hombres.

Antonieta intelectual, mecenas, traductora, bailarina, protagonista, mujer moderna…. Hija del arquitecto, amante del candidato, madre de, esposa de, es lo que antecede al nombre de Antonieta Rivas Mercado en infinidad de textos. Nace con el siglo en 1900. Fue amiga de prácticamente todos los creadores de principios del siglo XX, y mientras ella los mencionó a todos, pocos la mencionaron a ella: “Antonieta: Viajo en redondo dentro de mi dormitorio en un océano de tedio, tratando de escribir. Esta obra ha sido publicada y me importa mucho tu opinión. Xavier”; solo una línea escrita insulsa del puño de quien amó con devoción casta, Manuel Rodríguez Lozano: “mujer extraordinaria desde todos los puntos de vista”. José Vasconcelos, al que consideró el hombre su vida, prefirió nombrarla con su tercer nombre, Valeria. Y aunque participó en momentos históricos del México político-cultural revolucionario y posrevolucionario ha sido más recordada como la suicida de Notre-Dame.

“Anoche quemó mis libros. Una hoguera. Así quemarían a las brujas, France, Remy de Gourmont, Baudelaire, mi Verlaine, los preferidos, los que había mandado empastar. Estaban tan bonitos. No sabe francés, yo se lo estaba enseñando, así que no los puede leer y, sin embargo, dice que son perniciosos, que el francés está podrido y que corrompe”. “¡Oh, Dios!, haz de mí una buena esposa”, rezaba Antonieta, pero a los ojos de todos no fue así. Estigmatizada por su divorcio y en pleitos por la custodia de su hijo decidió continuar con su trabajo. Disfrutaba amargamente de participar en todos los espacios y en los temas por discutir, lo que le valió para hacerse de una voz crítica reconocida:

Desde antes de 1911, cuando Madero fue electo presidente, se organizaron clubes femeniles que se encargaban de hacer todos los preparativos para apoyarlo a él y a la causa de forma continua. Aún después del asesinato de este, las mujeres continuaron realizando servicios de espionaje -con cartas cosidas entre la ropa-, de contrabando o reclutamiento, lo mismo para la campaña presidencial de José Vasconcelos, donde las inquietudes feministas debieron esperar, pues el compromiso en nombre de la justicia social no podía detenerse. En este contexto, Antonieta escribe “Maternidad vs Igualdad de Derechos”, un artículo donde plantea que en la lucha por México las mujeres no estaban considerando sus propios derechos, sino el cumplimiento de la tarea que se nos ha encomendado de manera ancestral. Señala que mientras que en EU, Inglaterra y Francia ya había mujeres políticas, gobernadoras y senadoras, las mujeres mexicanas tienen “una escala de valores morales diferentes” en los que aceptan el cuidado de toda la vida espiritual y, “como consecuencia, su más grande modelo, el único y exclusivo modelo que deben seguir no es el de la estadista reina Elizabeth sino el de María, la Virgen Madre, con su hijo, el Redentor en brazos […], se puede afirmar sin temor que esto es gracias a que ha despertado a un más amplio sentido de la maternidad, no para ganar derechos para ellas mismas, sino para defender, proteger y obtener la paz para sus hombres […]. Desde el punto de vista del feminismo, entendido por ello la intervención directa en la vida política del país, no se les llamaría para que lucharan con toda su fuerza y poder por sus hombres; el feminismo resultaría entonces para la mujeres mexicanas una palabra ridícula y vacía […]. Conquistadoras de los Derechos de los Hombres, no me sorprenderá verlas regresar tranquilamente para atender a sus hogares, sacar adelante a sus hijos y, después, borrarse cuando sus compañeros discutan sobre política y no muestren el más mínimo interés en el Sufragio, no obstante que ahora ellas están llenando las cárceles y desafiando las enfermas y gastadas fuerzas del Gobierno en más de una dirección, pero es porque están obedeciendo lo que Dios les ordenó: ser las madres de sus hombres.”


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[90 años después de haber escrito esto, en plena temporada electoral 2018, donde las mujeres estamos participando de manera activa, protagonista y contundente, todavía alcanzo a notar algunos de estos rasgos. Aún con las cuotas de género, la participación de las mujeres en la política y en los altos mandos no se ha consolidado, no basta la cantidad de mujeres, sino la calidad de sus propuestas para que la agenda de género, es decir, la lucha por los derechos humanos de las mujeres, avance.]

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La obra artística de Antonieta consiste en obras de teatro, cuentos, una novela inacabada, traducciones, ensayos, recados y cartas extensas con una gran capacidad descriptiva, literaria y filosófica. Es claro que considero a Antonieta precursora del movimiento feminista, como la llamó Evodio Escalante, sin embargo, mi consideración trasciende a que solo sea una mujer que enfrentó las dificultades de todas las mujeres de su tiempo. Por fortuna ella podía alzar la voz y participó de manera activa, si no con otras mujeres, por ese mismo contexto social, sí en trabajos que reivindicaran a estas. Moderna y creadora, patrocinadora de la cultura, trazó una brecha en el yerbajo para que las siguientes camináramos sin tanto roce, sin tanta vuelta.

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Aunque mi postura es que una de las estrategias del patriarcado es invisibilizarnos, menospreciar nuestros trabajos y no dejarnos relucir, José Emilio Pacheco comprendió bien lo que hace la Historia con las mujeres: “El suicidio de Antonieta Rivas Mercado fue el fin del sueño vasconcelista y el epílogo de la gran etapa artística y literaria mexicana que había empezado diez años atrás cuando Vasconcelos llegó a la Secretaría de Educación Pública. Durante casi medio siglo, la muerta siguió prisionera de Notre-Dame y su historia sólo se transmitió en secreto, con seudónimo”.

Antonieta quiso ser parte de todo. Quiso ayudar, proveer, recibir, crear, quiso ser amada y comprendida, dejar huella en la Historia, sin vanidad alguna, grabar su nombre en letras de oro por el simple hecho de haber sido promotora de los vientos de cambio de la nación:

“Manuel: Esta mañana tuve la visión clara de una novela, de mi primera novela […]. Podría llamarse La que no quise ser. […]. Los personajes, todos, sin conciencia, sin claridad. La claridad mayor está en la sensualidad potente de la madre. Si logro esto, y mi dolor me hace tan aguda que lo juzgo posible, se la enviaré inmediatamente para que la critique. Vea que sigo su consejo. No he cesado de trabajar.”

Antonieta no necesita epítetos, fue por ella misma la que quiso ser.




@negramagallanes




Fuentes de consulta:

Blair, Kathryn S. A la sombra del Ángel. México. 2009. SUMA de letras. Pp. 647

Schneider, Luis Mario. Obras completas de Antonieta Rivas Mercado. México. 1987. SEP. Lecturas Mexicanas. Pp. 470


LECCIONES DE COCINA







Debe haber otro modo que no se llame Safo

ni Mesalina ni María Egipciaca


ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

Rosario Castellanos







Los hombres en la cocina huelen a caca de gallina, les gritaba Ana a mis hijos para sacarlos de ahí. A las niñas no. Ellas podían permanecer si lavaban los trastos o ayudaban a preparar la comida. En esa época yo cocinaba. Preparaba para los míos desayuno, comida y cena, y después abdiqué de esa labor para nunca regresar. Siempre me había gustado la cocina. La de diario y la especial, la de las tardes enteras cuando mi madre y mis tías encendían el horno para hacer postres y pasteles. A mí me tocaba hacer las donas, pero la cumbre del amasijo, el premio, era hacer el centro, el círculo que las dota del nombre.


Todavía no sé bien qué me hizo dejar de hacerlo. Hasta la fecha sigo mostrando curiosidad preguntando recetas y viendo breviarios en Tasty, pero ahora, mucho tiempo después de mi incursión en el arte culinario, no hago ni un huevo tibio. Se me quema el agua, pues. No detesto las faenas que da la cocina, no lo veo como una esclavitud impuesta ni un castigo, tal vez, entre los gritos y el llanto, le perdí el placer y no hubo hambre infantil ni adulta, propia o ajena, que me hiciera regresar. Ana, tía paterna de mis hijos, siempre creyó que todo era producto de mi flojera, y solo a eso achacó la ruptura de la que fue mi familia.

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Rosario Castellanos celebró otro aniversario el 25 de mayo (1925-1974) y regresé a festejarla con Lección de cocina, un monólogo extenso lleno de intimidad e ironía sobre las mujeres en la cocina, en la vida, con ellas mismas y con el amor, narrado por una que recuerda, piensa, siente, se frustra y habla sola mientras la carne que prepara para su marido se le quema.

La marginación de las mujeres fue un tema constante en la escritora, no sólo por la desvalorización que vivimos, sino por la construcción de feminidad que cada una de nosotras lleva a cuestas, eso sin contar que escribió de lo que quiso, prolífica, autónoma, libre en sus temas y géneros literarios. No me interesa plantear en cuál ola del feminismo se encontraba. Rosario no estuvo ahí. Sin pronunciarse feminista, utilizó sus letras para hablar y hablar de las mujeres con la pretensión, quizá, de darle sentido a su propia vida. Estos ensayos continúan frescos y vitales, delimitados por su tiempo y contexto, sí, pero con el tema medular intacto: los códigos y discursos tradicionales sobre y de las mujeres, los mismos de hace 5 décadas.

En su tesis de maestría Sobre cultura femenina (1950) estaba el inicio de la construcción de su pensamiento sobre nosotras. Se planteó la existencia de una cultura femenina, diferente o no, a una masculina, si acaso existiera; la mirada de los hombres sobre nosotras a través del tiempo, pasando por Santo Tomás y su chocante declaración de que somos “apenas un varón mutilado”, o Nietzsche con que nuestro “enigma tiene un nombre: preñez”; reconocí en la tesis el velo del sarcasmo que ya le había leído y que muchos años después había logrado dominar al plantear de las mujeres que “Su debilidad y tontería están compensadas por cualidades de otro orden que los hedonistas saben apreciar. Expulsadas del mundo de la cultura, como Eva del paraíso, no tienen más recurso que portarse bien, es decir, ser insignificantes y pacientes, esconder las uñas como los gatos. Con esto probablemente no vayan al cielo, y además no importa, pero irán al matrimonio que es un cielo más efectivo e inmediato”. Estas líneas las he tenido subrayadas desde la primera lectura. Me calaron. Aún ahora. La crítica burlesca sobre nuestras prioridades y sumisiones Rosario la aterrizó seriamente después en párrafos inmensos que delinean su hartazgo por la victimización, sabía que la sociedad arropa a las mujeres precisamente por considerarlas desvalidas y se pregunta por qué carajos no advertimos nuestras limitaciones, por qué no vemos que somos complejas e igual de completas que los hombres, por qué no luchamos cada una de nosotras para que se nos confiera la eternidad, qué nos detiene en inicio, sino nosotras mismas.

En el Día Internacional de la Mujer en 1971, frente a una comitiva de varones presidida por Luis Echeverría, Rosario Castellanos lee el discurso “La abnegación: una virtud loca”, del que rescato este mismo desdén por la lástima que estamos acostumbradas a derrochar en nombre de la desigualdad que padecemos: “El primer argumento que acude a los labios de las feministas más airadas que reflexivas -al comparar su situación propia con la del hombre- es la exigencia de igualdad. Una exigencia que, en tanto que metafísica, lógica y prácticamente imposible de satisfacer, proporciona un punto de partida falso y arrastra consigo una serie de consecuencias indeseables. Además de que, en última instancia, no es más que un reconocimiento del modelo de vida y de acción masculinos como los únicos factibles, como la meta que es necesario alcanzar a toda costa.” No les demos de comer con nuestro estigma de madrecita mexicana, de compañera fiel y sumisa, no legitimemos su vida, que primero está la nuestra.

No me es fácil asimilar que muchas veces nos gusta el sufrimiento gratuito. Amparadas en la moral que nos educó, en los principios y valores, somos las más de las veces nuestros propios verdugos a causa del rencor, el amor o la culpa que no nos deja decidir lo mejor para nosotras. Preferimos asumir que no necesitamos remuneración de ningún tipo porque para eso estamos, para servir, creemos que no podemos exigir lo mismo que damos y por lo tanto no aspiramos a recibir nada. Hasta suena cruel. Después de tantos años y tantas lecturas y tanto feminismo la transformación interior sería patente en rupturas espectaculares en lo público y en lo privado, pero no. Ni por intuición, por supervivencia, muchas mujeres aún no estamos preparadas para aceptar esta responsabilidad, pero ¿cuándo entonces decidiremos para nosotras? ¿Cuándo arrojaremos el lastre? Rosario estableció bien las diferencias rotundas de la mujer desde lo económico, cultural, social y racial, sin embargo, se enfocó en reconocer las similitudes, no se permitió ni dejó campo para las excusas: “Todas están sujetas a los derechos y obligaciones de una misma legislación; todas han heredado el mismo acervo de tradiciones, de costumbres, de normas de conducta, de ideales, de tabúes, todas están dotadas del mismo grado de libertad como para reclamar sus derechos si se les merman, como para cumplir con las obligaciones que se les imponen; como para optar entre la repetición de los usos ancestrales o la ruptura con ellos; como para aceptar o rechazar los arquetipos de vida que la sociedad les presenta; como para ampliar o reducir los horizontes de sus expectativas; como para no aceptar las prohibiciones o como para acatarlas”.

En 1973 con Mujer que sabe latín… Rosario abundó en los arquetipos femeninos, en la mujer mexicana, en la novela policiaca y Agatha, en Simone, Virginia, Clarice, Silvina, su obra, su valor. Seguirá con la crítica hacia el constructo femenino y la doble moral patriarcal que nos quiere inteligentes, pero valora la ignorancia femenina, su pureza como el más alto mérito en su persona y obligaciones. A estas alturas de su carrera como escritora, mostrará afinado el rasgo que la definiría en sus ensayos: la ironía, el humor para develar que nada es tan concreto como para idolatrar, que no permita la risa que despierta la crítica, que desmonta mitos e ideologías. No hubo conmiseración para nosotras en sus textos, el camino de la redención es otro de querer encontrarlo en sus escritos. Con humor ácido le torció la cola a las convenciones sociales de la obediencia, del sometimiento, se utilizó como blanco para los dardos de su crítica, se burló de sí misma, habló de ella, de sus miedos y soledades. Exhibió su intimidad y nunca se mostró lloricona.

Así presentó Lección de cocina. Supo darle alteridad a ese texto en la colectividad de las mujeres, en la realidad que padecemos, en la identidad que no nos sacudimos ni en lo externo ni en lo íntimo, en los sentimientos más profundos y dolorosos, en la desvalorización de nuestros actos en los que jamás he entendido nada de nada. Pueden ustedes observar los síntomas: me planto, hecha una imbécil, dentro de una cocina impecable y neutra, con el delantal que usurpo para hacer un simulacro de eficiencia y del que seré despojada vergonzosa pero justicieramente; en donde plantea el androcentrismo y los roles en el sexo, en el sacrificio, el mito de la esposa leal, sólida, impulsada por el amor, porque él podía darse el lujo de ‘portarse como quien es’ y tenderse boca abajo para que no le rozara la piel dolorida. Pero yo, abnegada mujercita mexicana […], boca arriba soportaba no sólo mi propio peso sino el de él encima del mío. La postura clásica para hacer el amor. Y gemía, de desgarramiento, de placer; en donde reconocía a la mujer moderna y estudiosa que perpetúa los estándares del amor, la que carga las tradiciones y religiones, a la que nunca le importó ni la preservación de la virginidad ni el recato, sino que su condición de mujercita no la hacía pensar en un amante, pues hace un año yo no tenía la menor idea de su existencia y ahora reposo junto a él con los muslos entrelazados, húmedos de sudor y de semen. Podría levantarme sin despertarlo, ir descalza hasta la regadera. ¿Purificarme? No tengo asco. Prefiero creer que lo que me une a él es algo tan fácil de borrar como una secreción y no tan terrible como un sacramento; donde describió a la que no conoce de porciones en la cocina, pero sí de proverbios alemanes y del Quijote, la que lo mismo da gracias al cielo porque la carne tiene dos lados y solo se le quemó uno de ellos, la que invoca al “hada del hogar”, la misma de la que habló Virginia Woolf, esa que se sacrifica, la que se come la peor pieza de pollo, la que cede todos sus pensamientos y deseos para los otros, su familia, sus hijos, su hombre, al que le concede bien, con el que se muestra extremadamente comprensiva y encantadora, sin un ápice de egoísmo, esa hada a la que le implora que venga en su auxilio y a explicarme cómo se aprovechan los desperdicios. Yo, soy muy torpe. Ahora se llama torpeza; antes se llamaba inocencia y te encantaba. Pero a mí no me ha encantado nunca. La que rumiará, en silencio, mi rencor. Y no es que la haya defraudado el matrimonio ni la carne, para eso siempre podrá aparentar frivolidad antes que estupidez, porque Yo no esperaba, es cierto, nada en particular. Y un día tú y yo seremos una pareja de amantes perfectos y entonces, en la mitad de un abrazo, nos desvaneceremos y aparecerá en la pantalla la palabra “fin”.

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Mi madre me inició de niña en el ritual de la cocina. Me dejaba quedarme junto a ella si lavaba los trastos o ayudaba a preparar la comida. La mujer inventó la cocina, me dijo un día, para mantener a la familia unida, y sonrío. Todas las cocinas de las mujeres de mi familia eran gozosas. Con el tiempo descubrí que ese piso guarda más secretos que ningún otro espacio, que ni la alcoba, que el calor de la estufa ayuda al enigma de la preñez y que la tradición reza que los hombres en la cocina huelen a caca de gallina, excepto en las ocasiones especiales, con las tenazas en mano. Mi madre, al igual que Ana una vez, también cree que no cocino por flojera. Ni yo sé el motivo bien, pero de escribirlo sería un monólogo muy difícil de redactar –uno largo, florido, enfático que corresponda esa larga costumbre de callar-, que iniciaría diciendo que me porté bien, es decir, insignificante y paciente, que fui abnegada, pero que escondí muy poco tiempo las uñas como los gatos. Tal vez es tiempo de recuperar el placer culinario, ahora para satisfacer sólo mi hambre, mis burlas, para aplacar mis miedos sin lloriqueos. De decidir ser mi propia y exclusiva hada del hogar. Para mí solita.





@negramagallanes

ALGO MENOS ESTÚPIDO





Anthony Bourdain se definía como entusiasta, un simple cocinero y en el último episodio de su vida, como un maldito feminista.

Hace unos días, exitoso y con 61 años, este hombre cometió suicidio y quise traerlo a colación no por sus viajes y su búsqueda insaciable del otro, no por su temperamento ni su cocina, no por su decisión final, sino por la que sería tal vez la última exploración que haría a una condición humana: a la masculinidad.

Debo decir que este tema no logro ni lograré, por lo visto, aterrizarlo con mis hombres cercanos. En nuestro contexto, parece que mi propia construcción de feminidad, madre, hija, amante, amiga, es la que me invalida a hablar de ellos, con ellos, porque a sus ojos no los conozco y es fácil que se sientan juzgados por mí, algo que sé que las mujeres también consideramos: ellos no saben, ellos nos juzgan, ellos no reconocen la violencia que ejercen en nuestra contra porque ellos no saben lo que es ser mujer. Así es como no nos escuchamos y menos nos ponemos de acuerdo. Ahora más que nunca, con la ola de violencia de género que se ha visibilizado en los últimos años, porque esa siempre ha estado ahí solo que ahora sí hablamos de ella, tenemos la tarea inmensa como comunidad de establecer nuevas relaciones entre mujeres y hombres [y atiendo este binarismo que aún rige el mundo porque repercute directo en la construcción de nuevos géneros y sexualidades], ya no únicamente amorosas, sino en el trajín de todos los días, al señalar el papel que ellos juegan en esta necesaria reestructuración, porque nosotras llevamos mucho tiempo hablando de nosotras, para nosotras, y así como todos los días hay acaso nuevas mujeres empoderadas, también hay nuevas, y más, mujeres violentadas y asesinadas.


Así pues, hasta este momento, Bourdain es considerado el rostro masculino del #MeToo, la voz de un aliado y compañero en este movimiento que surgió apenas el año pasado contra los abusos sexuales en Hollywood develados por un grupo de mujeres que denunció el acoso y los ataques sexuales de Harvey Weinstein. Una de estas mujeres es la actriz y directora Asia Argento, novia del chef y por la que se acercó al feminismo. Pero momento. Algo que siempre estaremos dispuestas cobrarles caro a los varones es esa idea de que para ellos solo son respetables sus mujeres cercanas, algo así como el todas son unas putas, menos mi mamá y mis hermanas, y junto con esto también que son los primeros que salen a “defendernos” de otros hombres, cuando ellos mismos, toda su vida, han sido agresores de otras mujeres, pero que no lo alcanzan a ver. Sus lágrimas de hombre, sus lamentaciones, son tan cortas, falsas y encubridoras de la violencia que siguen replicando. Ahí sí que están los famosos Nachos Progres. Ahí, si ustedes quieren, colocarán a Anthony.

Lo cierto es que por algo deben empezar a cuestionarse. Tal vez observar las injusticias contra las mujeres que aman los lleven a verlas cometidas en contra de todas las demás. No los excuso, hay cada patán. “Todos los hombres somos estúpidos”, me han dicho, medio para justificarse, medio para que los entienda. Sin embargo, pienso que toda la vida han repetido patrones de conducta, al igual que las mujeres, pero que repensar sus acciones viene con un salto triple de dificultad porque van solos, como los han enseñado a caminar por el mundo, ellos a los que no les está permitida la sensibilidad, a los que desconectarse de las emociones y de la empatía se les da de maravilla, por lo que encontrarse con su “interior” y pensar qué es ser hombre y qué ser mujer para resignificarlo es en muchas ocasiones un caso perdido, mientras que nosotras no podemos seguir hablando exclusivamente de machos agresores y mujercitas víctimas en un discurso muy cómodo que no propone nada pero sí estereotipa todo.

Entonces, al saber de la violación que padeció Asia y con la explosión del movimiento, Anthony buscó el camino para cuestionarse las formas en que se había estado relacionando con mujeres y con hombres, siendo estos el público al que quiso dirigirse específicamente: “Claramente estamos en un momento de la historia en el que todos, independientemente de nuestras intenciones, tendremos que mirarnos a nosotros mismos y ver qué rol cumplimos en el pasado, qué cosas vimos, ignoramos, decidimos aceptar como normales o simplemente omitimos”. E hizo bien. Recurrió a lo que las feministas por mucho tiempo hemos estado solicitando de los caballeros: hablen entre ustedes, sean capaces de señalar y reprender las violencias en las que incurren, como un parteaguas que los impulse a replantearse las construcciones masculinas. Es poco lo que nosotras podemos hacer por ustedes si todavía tantos nos siguen viendo como el objeto perfecto de dominación, y es por eso que a veces lo único que nos dejan antes que dialogar es defendernos. Estuvo tan participativo en el tema, que el cocinero hizo lo que hasta entre niños está mal visto, y sin empacho señaló a dos de sus colegas por conductas inapropiadas, de los que muchas veces antes se había expresado con admiración: “Estoy enojado y lo he visto de cerca y he escuchado de primera mano de muchas mujeres [las agresiones]. […] Además, creo que estoy mirando hacia atrás en mi propia vida”. Quién sabe si en algún momento salga alguien a acusarlo también de agresor. Si no meto las manos al fuego por mi comportamiento, menos por el de otros. Bourdain de repente se descubrió parado en donde siempre había estado, envuelto de privilegios en una cultura de úsese y tírese que consume carne, toda, desde la cocina hasta los cuerpos, y se preguntó si él había sido un agresor, por qué había sido incapaz de escuchar a las mujeres que denunciaban violencias y por qué nunca inspiró confianza para que otras le hablaran de ello. Este hombre que pensó en la pobreza, en la devastación de las guerras, en las comunidades de la diversidad sexual, en la migración, en la lucha por la dignidad, aceptó que de tanto escuchar el discurso feminista a su alrededor ni siquiera lo atendía, no estaba en su radar.

En fin, muchos no llegarán a cuestionarse nada porque no tienen la mínima intención de participar de esto. Algunos, ojalá, lo harán como en un inicio empezaron las nuevas estructuras del pensamiento, a tientas, de a poquito. Quiero suponer que así comenzaron otros a plantearse las diferencias y similitudes entre razas y clases, por ejemplo, y con esto, las ideas libertarias iniciales. De mí, de una mujer, cualquiera que sea, con toda su feminidad a cuestas, un breve puñado lo atenderá, el que quiera escuchar, quizá. Si no, ya llegará un nuevo hombre que hable de sexualidad, de emociones, de los afectos y cariños que nada tienen que ver con el amor como lo concebimos, que hable de equidad y género desde lo masculino y de su papel en un mundo sin resistencias, con ideas nuevas y modelos sociales para compartir. Ahora entiendo la urgencia de Marta Lamas por mostrar en un coloquio feminista que hay hombres que piensan en feminismos. Peor hubiera sido el ataque de todos para ese “club de Toby” si un hombre “sin credenciales” hubiera organizado esas conferencias. Ya nos vi.

En menos de un año, antes de su muerte, Anthony Bourdain pensó lo que otros no en toda su vida, y la realidad es que no importa quién haya sido este hombre, sino su alianza. “¿Recuerdas cuando me preguntaste si era feminista y tenía miedo de decir que sí?”, le dijo a una amiga en entrevista para una revista, “Escribe esto: soy un maldito feminista”.

A Asia Argento el machismo le está cobrando el suicidio de su amado, su aliado, su roca, al señalarla como culpable de la determinación, pero les pasó de noche lo último que Bourdain dijo sobre ella: “Le estoy agradecido por su coraje e inspiración. Eso no me ilumina más que a cualquier otro hombre que haya comenzado a escuchar y poner atención. Me hace, espero, algo menos estúpido”.




@negramagallanes

domingo, 3 de mayo de 2020

DEL OCIO FEMENINO



La vida es un picnic. Has estado repitiendo constantemente esa, la línea de una canción, para después tirar tu cuerpo sobre el pasto mirando a las nubes moverse, en duermevela. Contemplativa. Bucólica a veces. Piensas cómo la vida es un picnic. Llevársela leve. Imaginar. Sentir. Fluir. Pensar. Disfrutas no hacer nada, el placer que produce el ocio. Pero es tan breve el asueto. Trabajas mucho para obtener una mañana de recreo. Incluso esa misma mañana tuviste que invertir más tiempo en preparar el descanso que en el descanso mismo, tal vez ahí sentada continúes trabajando en los bocadillos, en controlar a los niños, sin considerar todavía que viene la lavada del mantel y de la mezclilla llena de verde césped.

En la inmediatez del siglo, puede ser que analizar y visibilizar la brecha de género en el hogar sea la aportación más significativa de los últimos tiempos. Ya era momento de hablar como nunca antes de las labores femeninas en casa, de presentar las tareas domésticas como un trabajo, uno muy mal pagado; de plantear que los cuidados que hacen las mujeres de los otros no tienen remuneración ni gratitud. Sólo que este análisis ha dejado atrás el derecho al ocio femenino. Así como se habla de las dobles o triples jornadas laborales de las mujeres en pos de una nueva conciencia colectiva que replantee el papel de los hombres en la casa y con los hijos, también hace falta resaltar el derecho al reposo que ellas no ejercen igual que ellos, ni en cantidad ni calidad.

Porque no importa en qué gastan el tiempo libre las mujeres, sino cómo. Por azares del capítulo, Marge Simpson no tiene nada que hacer. Su casa luce reluciente y perfecta. Sus obligaciones han terminado y está aburrida. La ansiedad y el aburrimiento se apoderan de ella y en una tragicómica escena va al cuarto de Maggie, que duerme plácidamente en su cuna, y la despierta, encontrando sosiego al ocuparse del llanto de la bebé.

¿Qué hacemos con el ocio las mujeres? Con la necesidad constante de cumplir con lo asignado, siempre hay trastos que lavar, ropa que doblar, niños que bañar, el remordimiento que se aloja en algún lado por descuidar una actividad que no es exclusiva, que debería ser compartida, no lavé los trastos, no doblé la ropa, no bañé a los niños, ¿cuál es la calidad del ocio femenino?, ¿cuáles las barreras para su práctica? Cómo nos proporcionamos la valiosa necesidad del extravío de la mente, de la reflexión, de la dispersión, de la creación a partir de contemplar, el ocio que se confunde en el juicio con la flojera, con la procrastinación, no lavó los trastos, no dobló la ropa, no bañó a los niños.

Porque no es lo mismo ser una madre ociosa, que una esposa ociosa, que una trabajadora ociosa, que una universitaria ociosa. En cada una de las etapas de la vida habrá patrones que seguir y las actividades del momento dirán qué tanto tiempo se puede “perder”, una metáfora muy mala si este concepto es pensado como una inversión para el alma. Así es como en un picnic o en vacaciones la responsabilidad agobia a las mujeres y limita su distensión. Aún lejos de las responsabilidades cotidianas no se deja de sentir esa presión que dice que algo deberían estar haciendo y la libertad se vuelve relativa al estar sujeta en el pensamiento de “deber”, debería hacer, debería cumplir, pues el cuidado y la planificación de la vida misma está bajo sus faldas; esa presión no sale de viaje aunque se pueda hospedar en un hotel de lujo, no es como la presión de los hombres, que en su mayoría no tienen la carga de las actividades diarias ni la preocupación constante de la vida familiar -no son ellos, son los papás-. Incluso en la socialización es diferente: mientras que un hombre que lee aprovecha su tiempo y mantiene un status por realizar una actividad considerada intelectual, superior, las mujeres que leen pierden el tiempo porque dejan atrás las tareas que les tocan. Cuenta la Historia que cuando el varón salía a cazar y caía la noche contemplaba el cielo tumbado para ver las estrellas y pensaba en sí. La misma Historia magnificó la caza, la oratoria, el despertar de la conciencia, todo como un arte masculino, y relegó a chismorreos las tareas domésticas femeninas, a artesanías, las historias en el fuego de la cocina, la contemplación de los hijos y los cantos que brotaron como leche del pecho. Pasó por alto la creatividad de las mujeres por culpa de una ceguera androcéntrica y minimizó su trabajo y su ociosidad. Deja de perder el tiempo leyendo y ponte a trapear, repitió mi mente.

Por supuesto que hay mujeres que ni vacaciones pueden darse. Las que en sus semanas laborales de 24×7 en el campo o la fábrica o en la oficina, y en la casa y con los niños, un momento de ocio equivale a una culpa eterna por dejar de hacer para otros, sin que puedan desconectarse de las preocupaciones y quehaceres. Acostada en su cama, la madre se repite intensamente que ya debe levantarse, comprar la cartulina, vaciar los restos de comida, revisar la tarea. Ya debe.


No se ha considerado aquí ni la fatiga, la falta de oportunidades o el enfoque sicológico, todavía hay mujeres que creen que no tienen habilidades para nada, que tienen miedo de perderse en sus pensamientos, que se tragan el cuento de que las actividades del ocio son exclusivas de los hombres, lo que las lleva a tener menos experiencias de vida, menos viajes, menos borracheras, menos libros, menos películas, menos pláticas enriquecedoras, menos contemplación, menos autoconocimiento, incluso menos amor, sin poder despegarse ni con la mente de la vida diaria, de las obligaciones, sin escapar del tedio, para sí mismas.

Como Marge, temes quedarse sola, si no hay nadie en casa no harás comida y mejor encenderás la tele para escucharla sin verla. Limpiarás frijoles, lavarás el baño. Tu casa luce reluciente y perfecta. Tus obligaciones han terminado y estás aburrida. Mejor espera ocupada a que alguien llegue, a que sosiegue tu aburrimiento. No tienes tiempo para el ocio que produce, engendra, concibe, da a luz a innovadoras ideas, a provechosos haceres, a divagaciones creativas. La vida es un picnic sin descanso.




@negramagallanes

ACTIVISMO ERÓTICO









Leí hace unas semanas un artículo revelador: Follar, hablar de follar, y tener un cargo público (si eres una mujer), en el cual encontré premisas hermosas:
*El sexo es una de las armas con las que el patriarcado ha tratado siempre de disciplinar a las mujeres.
*Las mujeres que disputamos el relato sexual del patriarcado somos mujeres peligrosas a las que tratan de humillar o apartar.
*Necesitamos hablar de sexo, mucho, y no podemos tolerar que eso nos siga invalidando en ningún aspecto de la vida, ni en lo personal, ni en lo público, ni en lo profesional.

Y también apremiantes premisas. En la era más alejada del Oscurantismo, en la era de la velocidad, de la tecnología y la inteligencia artificial, la más avanzada, las mujeres no podemos hablar todavía de nuestro placer sin ser estigmatizadas. Por supuesto que habrá quien lo haga desde el (des)conocimiento o la educación sexual pero cuántas mujeres hablan de su sexo sin que el rostro se les enrojezca. No me refiero al deseo o la sensualidad que encontramos en los poemas o cuentos eróticos, sino de la cotidianidad y la charla que obliga a imágenes verbales sexualmente explícitas, bellas y placenteras pero grotescas, las más de las veces, ante los ojos del que juzga.

La agencia sexual no es femenina. Ni siquiera los temas más básicos, como la menstruación o cuestiones médicas, son fáciles de verbalizar para muchas. En cuestiones de placer, tal vez en una noche de chicas se nos suelte la lengua y hablemos de nuestros idilios, pero es claro que la representación del sexo y su producción imaginaria sigue siendo meramente masculina: si las mujeres hablamos de sexo, entre nosotras o con los hombres, significa que estamos urgidas, que somos de “cascos ligeros” (lo que signifique eso), lo suficiente como para que al grueso de los varones le suene a incitación y busque apropiarse de esas palabras, la muestra de algún deseo que nos escurre por los poros, para su beneficio. Prueba de eso fueron los mensajes que recibí al Twitter, una invitación a saciar mis ganas y una petición de nudes, después de tuitear una imagen que me resultó divertida sólo porque esa mañana esperé, de más, que se enfriara mi café:






En attendant que le café refroidisse. Esperando que el café se enfríe.




Otra premisa del texto inicial: Se trata de que el sexo deje, de una vez por todas, de penalizarnos. Enfatizo: si una mujer habla de sexo quiere decir que está pensando en sexo, quiere sexo, desea coger, aunque lo niegue. Y para penalizarlo están mujeres y hombres, tirarán la primera piedra contra la golfa adúltera. Las primeras hablarán pestes de la libertina y la segregarán por inmoral; los segundos también la llamarán libertina pero con otras variantes: algunos intentarán acercarse a ver qué consiguen, otros intentarán llevarse el botín expuesto y creerán que pueden tomarla por la fuerza, la violarán porque ella los provocó, otros más encontrarán suficientes motivos en sus declaraciones para asesinarla, “La sociedad todavía teme a las mujeres que son dueñas de su propio deseo”, y el temor y la ignorancia todavía dan como resultado la violencia.

Entonces las niñas deben convertirse en mujeres decentes, pudorosas, silenciadas. Pregúntese, si usted es padre o madre de una niña, ¿habla con hija de placer? ¿Le regalaría un vibrador? Un capítulo de Backdoor, una serie de comedia, registra esto. El padre se escandaliza cuando su hija adolescente le pide que la lleve a perder la virginidad, cuando él se niega, la chica le reprocha que ya llevó a su hermano y que hasta festejaron que se volviera “hombre”. Sí, claro, estereotipos y tal. Los niños varones también la tienen difícil, tampoco a ellos se les habla del placer, del propio y el ajeno, es por eso que su acercamiento a la sexualidad también es torpe, lleno de los mismos estereotipos e ignorancia que padecen las niñas, pero de otras maneras: el porno es una de ellas. A fuerza de reforzar una idea de virilidad, deben encontrarle el gusto a ver mujeres desnudas y penetradas cuando su mente tal vez no está lista para procesar la imagen.

Mientras a las niñas por lo general nos avergüenza el porno. Nos hace sentir culpables y sucias. Así me sentí yo cuando en cuarto grado de primaria una compañerita llevó una Playboy de su hermano. Perturbada, obscena. Recuerdo con gracia una ocasión, ya pasada mi mayoría de edad, en que entré a la casa donde se juntaban mis amigos cercanos. Todos ellos estaban allí, en el cuarto del fondo, alrededor de la tele, atentos, callados. Entré sin tocar porque esa era nuestra costumbre, y me di cuenta que veían una película porno. Me reí. Se avergonzaron pero no me corrieron. Si no te callas, te vas, ¿eh? Y me callé hasta que la escena en la tele se volvió más intensa, con más gemidos y la provocación que hizo que mis amigos tuvieran que cruzar las piernas, todos al mismo tiempo, para ocultar la erección que les crecía. Pero yo no me excité, solté una carcajada sonora y salí de la casa entre gritos, el azotón de la puerta y el ruido del cerrojo. ¿Las chavas se juntan para ver porno? Ojalá. Aunque lo dudo. No digo que no suceda, pero veo poco común que planeen una tarde juntas en casa para ver una película porno y terminar corriendo al baño a masturbarse.

La sexualidad todavía está negada para nosotras si no es para el fin establecido: la procreación. En el matrimonio. Matrimonio hétero. Sexo pudoroso o a sometimiento del marido. Pregúntese, mujer empoderada: ¿su madre le regalaría de Navidad o cumpleañor el succionador de clítoris de moda, un Satisfayer? De ser así, felicidades. Usted que puede y no tiene problemas con hablarlo, bien pudiera hablar de sexo y placer. Se lo debe a otras mujeres que por su contexto no han recibido orientación sexual integral, más allá de las partes del cuerpo. Debería volverse activista erótica. Como aquella mujer en Alicante que robó 40 estimuladores de clítoris y repartió una parte entre sus vecinas. Eso es a lo que yo llamo sororidad. Una verdadera heroína.

Me regreso un poco de nuevo, la sexualidad femenina aún vive amenazada por un fantasma: la violencia contra las mujeres, que fuera de la violación y el abuso sexual se concibe como prostitución y el porno. Entonces es cuando una parte de las mujeres aseguran que las representaciones sexuales explícitas son opresión de género porque solo han visto un porno ginecológico que enfoca a una vulva penetrada y un miembro enorme, sí, la pornografía clásica, cuerpos femeninos desnudos, abiertos, “listos” para ser penetrados; solo han visto cómo ese miembro sin rostro ni cuerpo eyacula en la cara de una mujer infantilizada o hipermaquillada; solo han visto el castigo y la sumisión de la trama, y llaman a ese porno catalizador de violadores, cuando las violaciones han existido desde que existe la Humanidad, sino me cree vaya y lea la historia de la hermosa Medusa, que fue violada por Poseidón. Y hago un paréntesis, por favor, deje de lado el tráfico sexual o la prostitución regenteada, esos son delitos que caben en otros textos y no tienen relación alguna con lo que aquí expongo, tal vez de hablar de sexualidad con nuestros niños los protegería, estarían conscientes de lo que pretenden los agresores, serían menos vulnerables a sufrir agresiones sexuales y a que callarán por vergüenza, por culpa, una de las armas de los pederastas.

Entonces, lo que muchos no consideran es que existen mujeres que tienen fantasías sexuales, y que la buscan en “literatura erótica femenina”, como lo que dicen que se hizo en Cincuenta sombras de Grey, de E.L. James, esa trama romántica novelesca en la que la protagonista se convierte en una mujer sumisa de un hombre rico, poderoso y dominante, y que satisfizo el ojo del público femenino porque fue la vertiente más cercana que encontraron para conceptualizar una exploración de su libertad erótica. Aunque poco hemos hablado de las dominatrices sin que sean estigmatizadas como desviadas, prostitutas, locas.

DE ENTRADA ASUMAMOS QUE EL RELATO SEXUAL HA SIDO NARRADO Y GOBERNADO TAMBIÉN POR LOS HOMBRES, UN BREVE EJEMPLO ES HOMERO (QUE DICEN LAS MALAS LENGUAS, BIEN PUDO HABER SIDO MUJER) QUE CUENTA DE LA BELLEZA Y SENSUALIDAD DE ELENA DE TROYA, DE SUS SENOS Y SU CUERPO DESNUDO QUE ARRASTRÓ A MENELAO A TIRAR LA ESPADA POR ELLA, Y UNA VEZ QUE NO LA TUVO, LA RECOGIÓ PARA HACER LA GUERRA. O CÓMO LA OTRA NOCHE LEÍ LA SEXI COMEDIA GRIEGA DE LISÍSTRATA, LA PROTAGONISTA QUE CONVENCIÓ A TODAS LAS MUJERES DEL PUEBLO DE HACER UNA HUELGA SEXUAL CONTRA SUS MARIDOS PARA QUE ESTOS, COMO MENELAO, DEJARAN LA GUERRA. DIGO SEXI PORQUE LAS LEÍ CALIENTES, INVOCANDO A DIONISIO Y HABLANDO DE ORGÍAS, ANSIOSAS DE LOS MIEMBROS MASCULINOS DESPUÉS DE ESCUCHAR LA PROPUESTA DE LISÍSTRATA: “SI NOS QUEDÁRAMOS QUIETECITAS EN CASA, BIEN MAQUILLADAS, Y PASÁRAMOS A SU LADO DESNUDAS CON SÓLO LAS CAMISITAS TRANSPARENTES Y CON EL TRIÁNGULO DEPILADO, Y A NUESTROS MARIDOS SE LES PUSIERA DURA Y ARDIERAN EN DESEOS DE FOLLAR, PERO NOSOTRAS NO LES HICIÉRAMOS CASO, SINO QUE NOS AGUANTÁRAMOS, HARÍAN LA PAZ A TODA PRISA, BIEN LO SÉ”, MIENTRAS PIENSAN EN UNOS CONSOLADORES DE PIEL DE PERRO PARA CALMAR EL DESEO DE SUS ENTRAÑAS Y MUSLOS, Y PASAR A LA HISTORIA COMO LAS MUJERES “ACABAGUERRAS”. MUY SEXI QUIZÁ, PERO QUE AL FINAL SE TRATA DE UNA COMEDIA ESCRITA POR ARISTÓFANES, UN HOMBRE QUE PLANTEA ESCENARIOS SEXUALES, PERO SIN MENCIONAR EL PLACER DE ELLAS.

U otros relatos sexuales como en Fóllame, de Virginie Despentes, que narra también el sexo pero desde la violencia y no desde el placer, como en la violación de Karla y Manu, quien se somete para no ser más lastimada, qué más da si ya ha tenido otros hombres adentro, “sobre todo no provocarles para que no se pasen de los golpes a las jetas y las violentas embestidas de cadera”; y Karla que se defiende y es asesinada al final. Eso sí, con Despentes se cumple el que ninguna víctima es víctima si no parece una, y sus protagonistas serán lo que quieran, menos víctimas.

Mientras, la antropóloga Gayle Rubin piensa constantemente en las políticas del sexo y por eso asegura que “las sociedades occidentales modernas evalúan los actos sexuales según un sistema jerárquico de valor sexual; identidades sexuales aceptables: heterosexualidad, matrimonio, monogamia, reproducción”, por eso se rezaba antes de coger, por eso existieron (o existen) esas sábanas con un hoyito para entregarse al marido, porque todo lo demás es denigrante y merece castigo, el sexo es poder y bien puede incluir en la misma oración los verbos someter, castigar, denigrar, todo en el mismo campo semántico si se trata de una mujer.

Así es como las mujeres no hablamos de sexo con soltura, del nuestro, de nuestro placer o de cómo tomamos las riendas de nuestras fantasías. La censura, la autocensura, el castigo, la vergüenza, nos obliga a pensar primero en que eso suena putezco, en la prostitución, en la denigración, antes que en un punto de vista femenino, en el sex-positive que nos libraría de ese puritanismo protestante que nació en EU (y que no ha muerto del todo en todo el mundo), junto con la guerra feminista de la Revolución sexual, pero que no se ha consolidado en nuestras conciencias después de 50 años. Bien podríamos iniciar pensando cómo les arrebatamos al patriarcado la narración de nuestra sexualidad.

Tal vez en 1973 la primera presentación feminista de Betty Dodson de diapositivas de vulvas en Nueva York rompió estigmas para esas mujeres de la Revolución sexual, pero ahora, en mi misma calle, lo más probables es que exista una mujer que no sabe dónde se ubica su clítoris o que no habla de sus deseos, en la era más avanzada de la Humanidad.

Se trata para mí de obligar a que se piense a las mujeres como libertinas si hablan de placer, de ser tomadas en serio, de cambiar el discurso, y sólo lo conseguiremos si tenemos la agencia de nuestra sexualidad, si hacemos activismo erótico, que no significa nada más que poder hablar sin que se nos enrojezca el rostro. En los extremos, no todo el mundo es Suecia con sus premios al mejor porno feminista, y del otro lado todavía existen lugares en el mundo en donde niñas y mujeres son sometidas a actos crueles de mutilación genital para que no se apropien de sus deseos. En medio, estamos las que, en nuestras múltiples realidades, podríamos empezar por “disputar el relato tradicional y patriarcal sobre el sexo”. Se trata de que el sexo deje, de una vez por todas, de penalizarnos.





@negramagallanes

SOLAS









¿Y el novio? Una de las frases favoritas de todas las tías del mundo, así que cuando las mías comenzaron con su retahíla de preguntas poco delicadas no pude más que reírme. Pero hija, tan bonita y tan sola, búscate un compañero. Mi madre, en sincronía unos días antes me dijo con su sazón lo mismo, pues ya consíguete un novio, ¿no? con esos modos te vas a quedar sola.
La soltería es para muchos la representación de la soledad. El soltero se enfrenta al escrutinio de tías, madres, sociedad, que ve en esta “condición”, forzada o consciente, una desgracia de enormes proporciones, que si bien ha sido explotada desde la risa hasta el llanto, desde quien la goza hasta el que la sufre, me tuvo sentada en el sillón, sola, dedicándole unos cuantos pensamientos.

En su más estricta significación, soltero viene del latín solitarius, solitario o aislado, mientras que la soledad, en una de sus acepciones es concebida como un estado de aislamiento, una respuesta acaso a la ausencia de una relación familiar, amorosa o comunitaria, un escapar de la catástrofe del mundo. También se le liga a un desequilibrio en la interacción con los otros. Animales de convivencia, desde muy pronto el humano primitivo se adaptó a un esquema universal que perpetuaría hasta ahora, aprendimos a cohesionarnos y a estar en contacto, al jaleo de la fiesta, cada quien con sus roles y papeles que beneficiarían a la estructura que las tribus necesitaban, por lo que visto con fines prácticos, el aislamiento ofrecía pocas oportunidades de supervivencia y de diversión, en manada, equilibrados, era mejor luchar contra las bestias, protegerse del frío y, por supuesto, reproducirse.


Ser solos acarrea estigmas muy bien cimentados, tanto para hombres y mujeres, raros, apáticos, locos, sociópatas, incapacitados para el amor y la convivencia, y sin embargo, todas estas insignias cuelgan voluptuosamente en nosotras, pues si las mujeres aún no somos en la totalidad dueñas de nuestros cuerpos, menos de nuestras soledades. Nosotras hemos sido construidas y colocadas en un rol social que todavía nos confiere un grado de sumisión y dependencia; después de milenios de participar en estas manadas como madres, hijas, compañeras, integrantes de las tribus, poquísimas veces líderes, la soledad y el aislamiento siguen sin ser propios de nosotras, ni física ni espiritual. De los hombres sí. Ellos gozaban el cielo en el descanso después de la siembra. Solos, pintaron cavernas y se desprendieron de los grupos de caza para caminar largo rato junto a los ríos y encontrarse a sí mismos. Descubrieron que huir del fragor también produce placer y se taponaron los oídos para evitar el canto de numerosas sirenas que se interponían entre ellos y su pensamiento. Necesitaron estar solos para descubrir e inventar.

Aún entrado el siglo XXI, después de la liberación femenina y durante la cuarta ola del feminismo, no se observa igual al soltero empedernido que ninguna logró amarrar, que a la vieja solterona a la nadie le tiró el lazo. El ideal de una convivencia igualitaria, libre, autosuficiente en lo económico y en lo social, sin dependencias de ningún tipo, se viene abajo cuando una mujer ejerce su derecho a la libertad. Por ejemplo si una decide emprender un viaje sola. Hemos sido testigos de los juicios contra las viajeras solitarias que terminan siendo culpables, bajo el ojo colectivo, de su asesinato, responsables de las vejaciones que sufrieron por no ir acompañadas en su odisea por un varón (aunque dos o tres mujeres siguen estando solas, dicen), son las que propiciaron las agresiones al asumir un alto riesgo con esta decisión, por contravenir a la seguridad que ofrece la compañía masculina. Todavía no son señalados así, con rigor justiciero, los perpetradores de nuestros cuerpos. Nuestro andar solitario o una minifalda, nuestra libertad, son las culpables.

También está aquello de no sales de esta casa sola a menos que sea casada; una mujer soltera pertenece a su familia antes que a ella misma, para después pasar a manos del marido. A las que viven en autodestierro el juicio llega en infinidad de maneras, locas, promiscuas, histéricas, inaguantables, abandonadas o abandonadoras, sin familia. Parece que estar solas está estipulado socialmente como un castigo u otrora libertinaje, no una decisión. Un prestigio oculto corre entre las venas de las mujeres domesticadas y leales, de su casa, mientras que las solas en muchas ocasiones no valen nada. Ahí colocamos a las brujas, en los campos y bosques, enfermas de civilización, solas o juntas en reunión demoniaca, sin miedo, apartadas, fabricando mil artilugios para hacer el mal a la comunidad a la que no pertenecen, de la que son expulsadas.


O como cuando para sacudirnos a un galán incómodo es más efectivo decir que tenemos novio, la presencia invisible de un hombre lo ahuyentará más fácil antes que el rotundo y sonoro no quiero. Incluso hasta tomar una cerveza en un bar, motivadas por la mera distracción en solitario, nos coloca ante los ojos de los parroquianos como unas busconas de compañía, ¿por qué tan solita?, un placer tan vulgar que gozan sin peros aquellos que se colocan en la barra de la cantina a subyugarse con el alcohol hasta la pérdida de la conciencia. Solos.

Así que la soledad ya no está en únicamente no tener pareja. Pertenecer al otro, a los otros, antes que a nosotras mismas, rige todavía en este mundo de sublevaciones feministas, en las que el estandarte de la independencia femenina crece cada día entre nosotras, sin que se adhiera en el colectivo.

Porque también está la soledad anímica que pesa. Aún solas rememoramos al otro antes de enfocarnos en nosotras mismas. Extrañamos a los demás y su querencia, y vacilamos con desagrado en la ausencia. Queremos el jaleo de la fiesta. Prendemos la tele o la radio sin ver ni escuchar, tal vez para sentirnos acompañadas. La exigencia de atender a alguien, esa en la que fuimos educadas con nenucos y muñecas, circunda constantemente entre nosotras, cuidar a los hijos, a los padres, al marido. La ideación de ser madres únicamente para no morir solas persiste; el casarse con el último de los trenes, también. Complacientes con tal de evitar el abandono, aceptamos desprecios de muchas maneras.


Negar la tradición de vivir en comunidad bajo un discurso moral, religioso muchas veces, es visto como una ruptura que castiga nuestro ánimo con juicios sumarios, que nos lapida bajo el supuesto de la pertenencia a los otros, del compromiso servicial, de huir de la soledad a toda costa. Cuánto no hemos leído del mandato de la masculinidad que agrede a las feministas, ellas, mujeres solas y sin pareja a las que les urge una polla que les enderece el camino, que les quite la frustración, la histeria, el rencor hacia el mundo, sin que importe la intromisión que han hecho en nuestros cuerpos y nuestras mentes, sin que importe la constante lucha por nuestros derechos, negándonos la complejidad del autoconocimiento a través de la soledad, la autonomía que nos llevaría a hacer una “revolución intelectual” y con ella el desarrollo de un pensamiento crítico.

Perdóneme si he incurrido en generalizaciones, cada uno de nosotros vive la soledad a su manera, subjetiva e íntima, y en lo grueso no es del gusto de nadie. En la dicotomía entre lo público y lo privado, la soledad no es un asunto del que nos hayamos apropiado. Solos, los que son descubiertos por el olor putrefacto de sus cuerpos. Solos, los vagabundos. Sobre la soledad y el aislamiento pesa el valor del asceta y el estigma del suicidio. Incluso está aquello de sentirse más solo rodeado de personas.


Con todo esto, en una esfera simbólica, la soledad cultural no reserva un sitio disponible para nosotras. Continuarán las tías y las madres y la sociedad preguntando por el novio y nosotras seguiremos hablando de la emancipación de nuestros cuerpos y nuestras mentes. Que no se nos olvide también nuestro derecho de andar solas por el mundo, si así lo decidimos, de disfrutar las proezas insulsas de transitar sin compañía, sin que nadie nos lo cobre con fatalidades.

Tal vez así un día mi madre, mis tías, la gente, dejará de interrogarme por el novio para preguntarme por mi felicidad.




@negramagallanes

AMORES DE SEXENIO





Juraron amarse un Porfiriato. Su amor era bastante común: se conocieron en la facultad y pronto se enamoraron. Compartían ideales, música, lecturas, perdían el tiempo juntos. En mayo del 2012, después un mitin donde gritaron por horas “fuera Peña Nieto” y bailaron y cantaron, pasaron de hacer la revolución al amor, y entre consignas Paco le pidió a Enedina que se fuera a vivir con él. Fue en la cama donde decidieron entre risas amarse todos los porfiriatos juntos porque Juárez solo estuvo 14 años en el poder.

Horrores como los de Ayotzinapa y los crímenes del narco los mantuvieron largas horas de madrugada sin dormir, alegando e imaginando Méxicos mejores. Aguerridos, discutían las reformas estructurales, los gasolinazos, formulaban eventos, situaciones para el análisis y el debate. Estaríamos mejor con AMLO, repetía Paco. Eran compañeros de ideas.

Una noche, Enedina veía el resumen de noticias recostada en el sofá y soltó la carcajada: No hay chile que les embone, decía el presidente, sobre la captura de Javier Duarte, si no los agarramos, porque no lo agarramos, si los agarramos, porque los agarramos (…), el Peje ya hasta dijo que -Duarte- es un chivo expiatorio. Tú también, Ene, ¡tú también vas a minimizar todo este problema con la risa?, le reclamó. Lo cierto es que Enedina reía con las tonterías de Peña Nieto pero también con las de Andrés Manuel, como le llamaban ambos familiarmente al tabasqueño.


En enero del 2017 AMLO era considerado ya presidenciable para el 2018, y en una reunión entre amigos mientras Paco festejaba esto, ahora sí vamos a ganar, a Enedina se le salió decir que era el enojo social contra este régimen lo que pone a Obrador ahí de nuevo, no su valía, López Obrador ya no tiene nada que ofrecer, y comenzaron una pelea absurda en la que ninguno de los presentes quiso participar. Durante meses ella prefirió guardarse todo lo que pensaba de la creación de Morena y el reclutamiento que hacía de personajes liados al PRI y al PRD por evitarse una confrontación con Paco que abonara a los múltiples roces que ya constantemente tenían. No comprendía de dónde había surgido tanta rispidez entre ellos sobre estos temas, nada tan grave como para no solucionarlo, nada que no pudieran debatir. Ni desacuerdos sentimentales, ni pleitos por dinero o infidelidades habían provocado algo que hiciera fisuras en su relación como esto.

Parecía como si poco a poco ambos fueran decepcionándose del otro.

Dejaron atrás las sonrisas y las miradas, las complicidades cada vez fueron menos y la sensación de enamoramiento parecía evaporarse. Ya no había bromas privadas ni hermosos momentos y risas en la cama. Ya no había don Porfirio ni Benito. El pico de la separación comenzó a elevarse cuando Enedina decidió no quedarse callada. ¡Y con qué va a gobernar, con su gabinete priista? Si ahora la mafia del poder es él. Paco agarró una almohada y en el cliché consagrado se fue a dormir al sofá.

Entraron en una modalidad de decadencia. Evitaban hablar de las noticias, de AMLO, de Peña, del país, y prefirieron mencionar la posibilidad de tener un hijo. Ninguno olvidó la promesa desnuda del porfiriato, pero hasta los encuentros amorosos disminuyeron. Cerca del 1 de julio, la casa era un campo de batalla en donde no se hablaba de nada, pero se mascullaba de todo. En redes sociales, eran enemigos acérrimos. La noche de la victoria de AMLO, Paco no llegó a dormir.

Por la mañana, la luna de miel del nuevo régimen había dado inicio, y la ruptura entre Enedina y Paco fue total. Así pasaron días de turbulencia, hasta que de nuevo Enedina, tumbada en el sofá, escuchó a Peña Nieto: Un país no se construye sólo de un sexenio. Ni tampoco el amor, dijo ella en voz alta. Se levantó y cerró la puerta por fuera.




@negramagallanes

SILENCIO, HOSPITAL



Kim Morgan on Kill Bill: Volume 1

En el ala de urgencias de ginecología, Dulce puja y suda copiosamente durante la labor de parto.

El hospital. Uno creería que es el mejor lugar del mundo para remediar y prevenir las enfermedades. La sanidad del cuerpo y del alma. Donde se alivia al desdichado, se auxilia al débil y se le devuelve la salud al cortar, extirpar, remover, extinguir la miseria que lo aqueja. A decir verdad, los hospitales son los lugares perfectos para el encuentro de las soledades y el dolor.

A ver, muchachita, ¿cuántos años tienes? ¿15? ¿Y cuántas veces tuviste relaciones? ¿Una, dos, tres, muchas? De eso acuérdate ahorita que te duele mucho. Ya te voy a poner la epidural, pero ni debería. Bien lo dice la Biblia, parirás a tus hijos con dolor, ya te la voy a poner porque mira nomás cómo estás. Dulce respira rápido mientras escucha al médico y a los latidos cardiacos del bebé por el ultrasonido. Es mucho el dolor pero al parecer más la pena. Con las piernas abiertas, la vagina sangrante y aquellas palabras, trata de ya no quejarse, aunque no lo consigue.

En las camas de piso, cuatro unidades de sangre recorren el cuerpo de Itzel mientras siente espasmos y piquetitos en la espalda. Me siento como un globo que se va inflando. Está contenta porque pronto la darán de alta pero la hemorragia regresa y no se contiene. El río que fluye y la alimenta de la bolsa granate sale de entre sus piernas convertido en un rojo mar embravecido. La van a dar de alta porque arriba, levantada, en lo alto y por encima, refleja todo lo positivo que se puede ser en este mundo mientras vives. Nada de estar deprimida, alicaída, abatida, eso te da de baja. Antes que por su condición, Itzel está preocupada porque no consigue los donadores que el Seguro le exige para reponer la sangre que de a poco le va inyectando. El trueque. Sangre por sangre. Se da cuenta que no tiene tantos amigos ni familiares dispuestos.

Las pacientes de la sala de gíneco pierden su nombre, y como presas en la cárcel ahora son llamadas por el número de cama que ocupan. A la sesenta veintidós se le practicó un legrado ayer a las catorce y se le subió a piso después de estar en recuperación, sin novedades. Rita escucha y sonríe. Sonríe. Está contenta porque le extirparon dos tumores de la matriz. Mujer, no te rías, como si no acabaras de perder un hijo. Tres tumores. Se queda esta noche a observación y mañana en la mañana se va a su casa, para que si puede le avise a sus familiares. Pero para sesenta veinticuatro no es igual. También un legrado por miomas que se le realizó ayer a las nueve, se lleva progesterona de tratamiento, ponga cita con su médico familiar y si presenta fiebre, dolor o hemorragia véngase rápido a Urgencias. Ya la vamos a dar de alta para que repose en su casa. Sandra llora, el proceso de recuperación será más lento de lo normal porque tiene la urgencia de un niño que le complete la vida a ella y a su esposo. Es que una de mujer necesita realizarse, dice sesenta veintitrés, yo tuve cuatro hijos y con esos quedé a gusto, pero tú ni uno todavía -cree que consuela- ya verás que si te cuidas pronto tendrás los tuyos.

Una vez que médico y residentes han terminado las revisiones y abandonado la sala, las mujeres del pabellón intercambian dolencias y consejos. Por qué están ahí, cuántos días llevan internadas, anécdotas e intimidades que se hacen no como confidentes, sino con la libertad que les confiere la certeza de que nunca volverán a verse, que sus historias son contadas en desahogo, para vencer el tedio y perder el tiempo en pláticas insulsas para la otra. Competencias, a veces parece, de quién tiene el dolor más agudo, la afección más complicada, la recuperación más pronta de todas. Mujeres pequeñas y robustas, de huesos duros y corazones flexibles, mujeres envueltas en pieles y nervaduras, manchas y adherencias. Cuerpos sensibles traumatizados y desnudos sin más posesión que la bata aguamarina que las uniforma.

A Silvia nadie la ha visitado. Llora. La paciente de la cama sesenta veintiuno está un poco nerviosa porque se someterá a una histerectomía. Tiene miedo a la plancha, al dolor, pero el más hondo es porque cree firmemente que su matrimonio terminará una vez que el útero le sea removido. Ya no seré una mujer completa, dice. No sé si a una le queda el hueco por dentro, pero todos me dicen que no seré la misma. Lo bueno es que yo también ya tengo hijos, ya grandes, tres varones y una mujercita de 15, ya me siento completa con ellos. Mi niña no puede venir a verme porque el domingo tuvo a su bebé por cesárea y está en la casa recuperándose. Los hombres, pues, están trabajando, aparte no los dejan entrar al pabellón de mujeres. Quién sabe si mi marido esté allá abajo. Ahora que lo cambiaron de lugar en el trabajo ya no es el mismo conmigo. Es que ahora está entre puras muchachas y a mí se me hace que anda con una de ellas. Con esto de mi operación pues con más razón me va a dejar.

Las enfermeras entran y salen, indiferentes, cada una igual en su turno, con cofia, de blanco y sin más cariños que los mija, voy a ponerte el antibiótico, mija, deja te cambio el pañal, mija, mejor ten el cómodo. Se detienen en cada una de las camas, como Vía Dolorosa, para revisar que el suero y la medicina pasen correctamente por las venas. Primera Estación. Antes de eso tuvieron que insertar la intravenosa, su primer contacto con el cuerpo del paciente. Por lo menos deberían de asegurarse de aminorar el nerviosismo, en ese estado es más difícil encontrar la vena y perforarla sin lastimar, un dolor como ese puede llegar a ser más grande que cualquier afección que presente el enfermo. De preferencia, deberían pensar que por esas venas pasa no sólo sangre, sino una vida. Que han sido las pistas por donde ha galopado la sangre mientras se hace el amor o el ejercicio. Que llevan en el torrente la esperanza de la purificación al transportar la sangre como de un cristo que limpiará los pecados cometidos. La redención. Otra oportunidad.

El sufrimiento corporal y mental de quienes viven con una enfermedad en el cuerpo, en las entrañas, se ve aumentado por las miradas de hastío de los médicos en los hospitales. Desconocidos que tocan el cuerpo con la facilidad que la repetición les ha conferido, pero que para el paciente siempre es nuevo el tacto. Un extraño palpando recovecos, recorriendo hendiduras, apretando sin piedad, con su lenguaje técnico incomprensible, alarmante, que grita lo que el pudor de las pacientes quiere ocultar. Sesenta veintitrés, ¿ya defecó? Le vamos a poner un enema, no puede durar tantos días sin hacer del dos. A ver, abra las piernas, le voy a revisar el ano a ver si todavía lo tiene inflamado. Con solidaridad, todas las demás desvían la mirada. Alguna preferirá cerrar su cortina aunque esta no aísle el sonido de las palabras y de la vergüenza.

En el lecho, el enfermo sufre a veces más de miedo que de dolor. Adormecido, inmóvil, angustiado por no saber la hora que no avanza, incomunicado y solo, se enfrenta abatido a la noche y se deja vencer. De alguna forma patológica su espíritu afectado no encuentra en la oscuridad si el dolor es de conciencia o corporal. Incursionar de madrugada en un viaje a las “ruinas” de la melancolía, diría Bartra, es una tarea para todas esas pacientes de la sala, que se ahogan en un llanto solitario que escurre con discreción entre las sábanas empapadas, el olor a orina, el frío, los coágulos, los vasos sanguíneos perforados y lastimados como lugares comunes y compartidos.

De mañana, tratarán de hermosearse con lo que tienen. Sus dedos para peinar el cabello, las manos para recorrer y eliminar la grasa nocturna del rostro, las maneras de acomodarse la bata tal vez con el hombro del fuera para no olvidar su sensualidad en la condición médica.

Sesenta diecinueve fue dada de alta y como obsequio se llevó una bolsa de compresas femeninas para la hemorragia. Su lugar fue ocupado por una Mujer con Cesárea. Óleo y acrílico en lienzo. Así permaneció, como una pintura. Horas inmóvil, paciente, sin ansia, antes de ser llevada con su hijo.

No se pudieron esperar a que saliera de aquí para abandonarme, cuando nadie te quiere ya no hay operación que haga que te cuiden. La sesenta veintiuno, Silvia, tiene hambre y sed. Llora. Regresó de la cirugía y le duele. Una pastilla de paracetamol y una inyección de ketorolaco no le calman el dolor ni la angustia. Trata de dormir pero no puede ni cerrar los ojos de tantas lágrimas. En su desesperación se dobla y se sienta en la cama y de un brinco se coloca al pie de esta. Un derrame sanguíneo invade el piso y al borde del síncope, Silvia llora y ejerce el derecho universal al sufrimiento, se adueña de él.

La enfermedad no es más que la colección de síntomas, dice Foucault. La diferencia absoluta que separa la salud de la enfermedad. Calores, ardores, llanto, temor, palpitaciones que son diferentes en cada enfermo y que sin embargo todos en ese lugar entienden.

El hospital. El paciente acude en busca de la sanidad del cuerpo y del alma. Como un templo sagrado que alivie el sufrimiento. Lugar común de soledades y dolor.





@negramagallanes

sábado, 2 de mayo de 2020

DÉJATE SOLO EL SOMBRERO





Baby, take off your dress

Yes yes yes

You can leave your hat on

Joe Cocker





“A muchos el universo les parece honrado; las gentes honestas tienen los ojos castrados. Por eso temen la obscenidad. […] Cuando se entregan ‘a los placeres de la carne’, lo hacen a condición de que sean insípidos”, escribió Georges Bataille en su Historia del ojo, una novela considerada depravada, vulgar y obscena que intentó prestarme alguna vez un novio con quién sabe cuál intención, pero que no me permití leer en su momento porque me daba pena sacar el librito en público y tenerlo en casa.

Obsceno: adj. Ofensivo al pudor… ¿al pudor de quién?

Escena 1: Cuarto grado de primaria, el patio escolar de un colegio de monjas y en el centro un corrillo de niñas nerviosas escondiendo una Playboy. La dueña de la revista la sacó del cajón de su padre con el único fin de mostrarnos la verdadera anatomía masculina que no tenía nada que ver con la de los libros de texto, dijo convencida. ¿Cómo lo sabía?, quién sabe, pero intuyo que el morbo o la curiosidad tuvieron que ver más que alguna clase de educación sexual. Ella sabía que adentro había fotos de mujeres desnudas, por lo que creyó que también habría de varones. Obvio que no fue así. Y aunque nuestra mayor curiosidad no fue satisfecha, todas ahí descubrimos por primera vez la conformación de la geografía de nuestro sexo, con sus montañas, ríos, hendiduras y abismos.

Desde muy joven me resistí a hacer del porno un catalizador para mis deseos, por lo que mi acercamiento ha sido reciente, y he de decir que gratificante, sin embargo, aún ahora me cuesta trabajo no reír con las exageradas actuaciones, o sorprenderme de la flexibilidad de los participantes, todos esos detalles que no me dejan envolver en el meollo del asunto. Lo mismo con los desnudos. El disfrute de los cuerpos llega para mí al descubrir los pliegues y las texturas, no por observar sus colores, dimensiones o tamaños, distracciones que también inhiben el radar de mi voluptuosidad. 

Aunque si considero todas las diferencias sociales y culturales con las que las mujeres crecemos en comparación con los hombres, no suena tan descabellado, pues uno de los resultados de estas diferencias ha sido que no gocemos de las mismas oportunidades para explorar la erotización de nuestros sentidos y nuestro cuerpo, y con esto de la curiosidad sexual.

Escena 2: Entra un grupo de amigas a un bar para disfrutar de un chou de desnudos masculinos, estilo Solo para mujeres. Los hombres en el escenario bailaban gozosos I’m too sexy ante la mirada atónita de muchas y el griterío de otras. Algunos de ellos, después de sacudir el trasero, bajan del escenario para frotar su cuerpo con el de la mujer que tenga más cara de susto. Pasada la medianoche, un grupo del área de Reglamentos del Gobierno del Estado se atreve a interrumpir la tranquila tertulia al considerar el espectáculo como una falta a la moral y a las buenas costumbres. Close up a las caras desconcertadas de las mujeres y a las tangas de los varones. 

El director del Área de Reglamentos instó al Cabildo de Aguascalientes a emprender una labor legislativa para aumentar las definiciones acerca de la Zona de Tolerancia luego de la “aparente necesidad” (las comillas son mías) de crear cabarets dirigidos hacia el público femenino, dice la nota.

El municipio de Aguascalientes tiene una Zona de Tolerancia, donde, valga la redundancia, se tolera el trabajo sexual, así como el comercio erótico en bailes o exhibiciones corporales, pero exclusivamente para hombres. Para variar, la historia nos cuenta que son ellos, más que otras mujeres, los que han comercializado la sexualidad de estas en todas sus variantes lujuriosas, lo que quiere decir que tanto para el consumo como para la mercantilización, ellos son los únicos autorizados. Mi principal preocupación con este tema tiene que ver con todos aquellos que son obligados a participar en estos actos: niños, niñas, mujeres, trans, y en menor cantidad pero no por eso inexistentes, hombres que son víctimas de trata de personas para satisfacer las aberraciones mentales de seres asquerosos que sin escrúpulos envilecen inocentes, por lo que me pregunto: ¿qué ese no sería el punto a vencer de parte del Gobierno?, la deformidad sexual, la deshumanización y cosificación que sufren estas personas. Dejando este punto aclarado, continúo.

Habría que establecer el criterio bajo el cual el Estado piensa en el pudor y las buenas costumbres, si es que en Las Violetas -o sea, “la zona”- los únicos con permiso moral para ingresar y participar son los hombres porque se considera que las mujeres no tienen ni derechos ni deseos sexuales. Paternalista y controlador, encierra y esconde lo “perverso” bajo su venia, lo que hace un caldo de cultivo propicio para las drogas y el proxenetismo, es decir, el delito. Entonces, todas aquellas personas que gozan con la experiencia sexual saludable y que asumen por completo una conciencia plena y libertad de elección ¿por qué no pueden participar de estos beneficios que ofrece el Gobierno de la alcaldesa Teresa Jiménez? 

Escena 3: Una mano femenina con uñas largas y rojas sostiene y acaricia delicadamente un dildo. Lo roza con sus dedos, lo aprieta fuerte, lo unta en sus manos en un vaivén.

Si partimos de la idea de que los objetos no son sexuales por sí mismos, así sea un dildo, por qué omitir entonces que somos las personas las que sexualizamos los objetos y los cuerpos, tal vez el problema recae en la simplificación y animalización del nuestra propia sexualidad, porque, ¿qué tendría de denigrante que las mujeres pensemos en nuestros propios términos en cosas sexuales? Válgame dios. Esa escena mejor no porque las mujeres no podemos externar deseo, nos hace parecer a los ojos de otros como lujuriosas perras en celo a las que no deberían tocar ni las obscenidades verbales ni físicas. Incursionar en la experiencia nos volvería unas reverendas putas. Por eso nos matan.

El hecho de que todavía exista una exclusión en cualquier ámbito es prueba de que la discriminación ocurre en el imaginario y la realidad de las personas. La pulcritud social, en otras palabras, el decoro, está ceñida exclusivamente para nosotras. Explorar la curiosidad sexual saludable, sin tabúes ni condenas sociales haría que, de raíz, menos niñas y niños acudieran a ella por el simple morbo, que supieran defenderse de depredadores sexuales y a la par, ya mayores lograran ejercer su erotismo sin embarazos adolescentes. Los que actúan como censores de nuestros deseos y los catalogan como insanos solamente fomentan la ignorancia sobre las facultades sexuales del humano. Si las mujeres aprendemos a decidir, sin esperar la coerción de la sociedad sobre qué es lo que debemos querer, entender y desear en materia sexual, será nuestro el placer de ver, tocar, morder u oler sin remordimientos, al alejarnos del estereotipo de las mujeres abnegadas y sin ganas para el deseo por los juicios de otros que nos convierten en mujeres de una mentalidad morbosa, muy por debajo de las mujeres sanas en alguna escala moral de persona de ojos castrados, como dice Bataille, al que una vez desprecié no por mis gustos, sino por los valores morales de una comunidad que me recriminaría al descubrir mi lectura, y con ella, evidenciar tal vez mis deseos y perversiones. La escritora Siri Hustvedt escribió que de haber tenido interés de joven por el porno hubiera estado obligada acudir a salas de cines particulares (¿recuerdan el cine París en la céntrica calle Madero?), “comprar una entrada, hacer cola entre hombres furtivos y cachondos, y sentarme sola en una butaca desvencijada con manchas de semen secas. […] En otras palabras, habría tenido que estar loca.”

Escena 4: Una noche, mis amigas y yo salimos a un bar infame y cucarachiento de cuyo nombre no quiero acordarme, puesto que ahí se presentaría el Diablo, el stripper masculino más cotizado de esas fechas. Para cuando su sombra apareció a lo lejos y subió al escenario tengo que confesar que reí, pero más de pena ajena que de gozo: alto y más bien escuálido, revestido en una larga y chafa capa roja, botas metaleras, torso desnudo y un pantalón mal cosido que a leguas dejaba ver los botones laterales que se desprenderían en el contoneo, el Diablo procedió a moverse, se quitó la indumentaria y soltó su larga y frondosa cabellera ante el ruido ensordecedor de las presentes. El demonio cargaba mujeres, se frotaba en sus cuerpos, meneaba el culo enfundado por una tanga roja satín y lanzaba miradas de millón con unos pupilentes blancos para, supongo, enfatizar su condición demoníaca. Y yo, hipnotizada, no podía dejar de ver su pecho, axilas y piernas, cubiertas por unas púas gruesas y gordas que no se había rasurado en muchos días. Pero esto no es como en The Full Monty, grité ahogada en el ruido, ¿por qué no baila mejor You can leave you hat on? ¿dónde están los cuerpos rechonchos y peludos que me encantan?



Cada quien con sus deseos.