jueves, 21 de enero de 2021

POR UNA NUEVA EDUCACIÓN SENTIMENTAL







Todo está por construir. Deberás construir la lengua que habitarás y deberás encontrar los antepasados que te hagan más libre. Deberás edificar la casa donde ya no vivirás sola. Y deberás escribir la nueva educación sentimental mediante la que amarás de nuevo. Y todo esto lo harás contra la hostilidad general, porque quienes despiertan son la pesadilla de quienes aún duermen.

Tiqqun





El amor romántico mata. Esa es la premisa que hemos utilizado para abanderar una guerra en su contra. En este mundo binario no importa nuestro género ni nuestra identidad ni la desterritorialización del sexo y del cuerpo cuando deseamos -¿por qué deseamos como deseamos?-, compartir el amor con alguien, esa ha sido una de las más grandes banderas de la comunidad LGBT+, obtener el matrimonio igualitario para compartir con los otrxs todos los derechos. Y la cama. Y el amor. Pero el amor romántico mata seas quien seas. Nos mata despacio, nos apaga la chispa, las ganas de compartir, el deseo, la experiencia amatoria se desgasta en desamor, desconfianzas, celos, maltratos, manipulaciones, conveniencias, violencias, hasta lo último. Nos destruye.

¿Y qué es el amor romántico? Lo hemos explicado con juglares y trovadores, con su nacimiento en el medioevo, con el poder cultural, con las contribuciones genéticas en la conducta. Populares coaches de vida hablan de la dependencia al otro como si eso tuviera que ver con el amor y con un “déjalo, tú puedes, ten amor propio” creen que es suficiente, algunos otros, con su clasismo en esplendor, se atreven a decir que sufrir por amor es burgués y venden remedios en memes a base de clichés; lo volvimos una carta de amor, una flor, un regalo, un comercial de televisión, lo disfrazan de feminismo para hablar de las opresiones que nos mantienen como víctimas perpetuas, el amor violenta, el amor tóxico, el amiga, date cuenta, cuando la clase y la raza son más destructoras que el destructor amor. 

Nada ha funcionado para llevarlo a la práctica. Todos amamos a alguien, todos queremos ser amados.

Y como está ahí, love is in the air, seguimos pensando al amor y lo convertimos en el desconsiderado poliamor, le pusimos etiquetas de relación sexo-afectiva, lo volcamos a exigencias banales como que si no te contesta el teléfono no te quiere, lo volvimos a romantizar en un simplista amor propio que no acepta la soledad ni el autoconocimiento porque ese amor propio es “prepararse” porque seguimos esperando en lo más profundo a que llegue el “indicado”.

Hasta se ha prohibido el amor y se prefiere a los gatos. Lo hemos moralizado, lo viciamos, lo hicimos religión.

¿Encontraremos una nueva manera de pensar al amor, de enfrentarnos al otro sin que nuestras viejas construcciones nos arrastren? No lo sé.

Con todo ese vicio a su alrededor, lo que sí sé es que el amor no puede ser erradicado. Navegaremos con rumbo desconocido cada vez que sintamos nuevas mariposas en el estómago o el bombeo del corazón, una bella metáfora sobre el centro de nuestro ser, y volveremos a apostar todo en su nombre. Muchas veces hasta la dignidad.

O bien podemos negarnos una y otra vez la oportunidad de las mariposas y comprar gatos. San Se Acabó.

O tal vez, cuando tengamos ganas de amor, propio y ajeno, podríamos pensar primero en cómo nuestro cuerpo se somete a una condición para permanecer en el mundo, en el mundo también de los afectos, lo que nos afecta y nuestra capacidad de ser afectados por otros cuerpos con los términos que ya conocemos como pasiones y emociones del alma: la alegría, la tristeza, la envidia, la ira, el odio, el amor. Porque como no podemos separar esas pasiones y emociones del cuerpo, entonces, pensemos en las pasiones que disminuyen o aumentan nuestras potencias. Lo escribe Spinoza y seguro lo estoy glosando equivocadamente. En su Ética, Spinoza nos ofrece un nuevo sentido de libertad, pero a partir de esas potencias, entender qué es lo que queremos, en primer lugar, qué pasiones nos hacen crecer, o no. Con eso bien podríamos dejar de patologizar y criminalizar en nombre del amor: estás loca, el amor romántico mata el alma y el cuerpo. Para otro día dejemos los feminicidios, hoy hablemos de lo que construye o destruye el alma.

Entonces, ¿qué es bueno para mi alma, qué me estimula e impulsa, qué me da emociones alegres, con qué tengo afinidad? Esa es la propuesta para pensar de Spinoza. Usar los placeres para que potencialicen los “sentimientos más profundos de cariño”, y cuando llegue la tristeza o el dolor, también desde la ética dejemos esas afectaciones y emprendamos otro camino con decisión. Eso también es parte de vivir el amor. Decir adiós es crecer, dicen.

Porque seguir esta demonización del amor no sirve, no ha servido ni servirá. Si una necesidad simplista y básica de mi ser es dormir acurrucada, resistirme al amor y a esa compañía sólo me orillará a pasar noches vacías antes que pensar en el gozo y el placer por sí mismo, porque también de manera simplista albergaré la esperanza de que el acurrucarme se convierta en amor, cuando no se trata de eso sino de descubrir el catalizador de las pasiones alegres donde los cuerpos sean gestionados por una misma o por el otro. Sí se puede, sí deberíamos intentarlo, sí sin sentimentalismos ni exigencias ni violencias.

Pero yo solo aquí estoy tratando de pensar eso que llamamos amor otra vez porque ningún chile me embona, no me convencen los análisis básicos que mencioné allá arriba, los análisis científicos no me dan calorcito y pensar el amor desde el feminismo se ha vuelto más complicado que leer a Spinoza. Debe haber alguna forma de subversión de la norma, algún tipo de anarquismo que resista al autoritarismo del amor y del desamor, porque el desamor también es autoritario. En este mundo dicotómico, el amado y el amante cambian de bando constantemente, el amor también es poder. A lo mejor desde ahí podemos descubrir el detonante de lo que nos gusta, lo que necesitamos, queremos, pulsamos, resistimos. Y decidir con resistencia. Las concepciones añejas de familia y hogar no nos han protegido en comunidad y a lo mejor también eso nos falta, crear vínculos afectivos que se salgan de la ecuación de “pareja” y hacer comunidad. Y que no se confunda esto con volver de nuevo al amor promiscuidad, tampoco ha funcionado. A mí no. Al final, cualquier final debería, finalmente, tener un final feliz. Esa sería también una potencia alegre.

De alguna u otra forma tenemos que seguir pensando el amor. Deberemos escribir la nueva educación sentimental mediante la que amaremos de nuevo, gloso a Tiqqun y regreso al inicio, a seguir pensando cómo.



@negramagallanes



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