jueves, 21 de enero de 2021

HACERNOS DE LA BOCA CHIQUITA






Saqué de golpe la envoltura de uno de los chocolates, como una estriper que se deshace de su blusa

Pandora, Liliana V. Blum



¿Te vas a comer todo eso? Lo que sigue es hacerme de la boca chiquita. No entiendo por qué si de todas maneras nada ha hecho que tome la firme determinación de adelgazar. El médico lo dijo: tienes 14 kilos de más y no puedes entrar así a cirugía. Una ofensa para cualquiera, tanto como quien rebasa ese número o no llega a él. ¿Qué tanto es 14? Lo cierto es que ni esa cirugía ni todas las imágenes de superación personal, ni mi bicicleta estática que sirve a la perfección de tendedero en días de lluvia han hecho que ansíe bajar de peso. No es algo a lo que le ponga atención.

Eso me digo al mismo tiempo que observo cómo paulatinamente los botones de mi blusa sufren para mantenerse dentro del ojal.

Una vez busqué en YouTube videos de ejercicios, nomás. Otra, tomé licuados verdes, pero me gustaron, así que no valen, para adelgazar deben saber asqueroso, dijeron. Abandoné todo esto cuando me reencontré con alguien que dio un apretoncito a mis brazos anchos y me dijo: como que estás más repuestita, a lo que no supe qué contestar, pero se me vino a la mente el caudal de veces que me digo: no importa, Tania, pero si eres una chulada así.

Lo mismo he visto que les pasa a algunas de mis mujeres cercanas. Nos hemos dado a la tarea de pensar dos cosas: debo imperiosamente adelgazar o debe dejar de importarme mi peso. Nos he visto compartir artículos y fotografías de mujeres obesas que sin temor alguno se muestran como son para campañas que reafirman la más completa aceptación del cuerpo y la visibilización de la condición de gordura.

Y lo escribo así porque basta de eufemismos. Así como se han empeñado en decirnos putas como ofensa, también lo hacen con gordas y obesas, por lo que nos inventamos expresiones políticamente aceptables que terminan siendo un peor insulto: gordita, rellenita, gordibuena, chonchis, hasta llegar al otro lado con el fofa o panzona. Las putas se nombran putas porque mujeres de la vida galante, prostis o rameras les queda corto, la resignificación de la palabra les da dignidad.

Entonces, compartimos las fotos y las campañas, y cuando se nos olvida la valentía que vemos en las otras, subimos una foto nuestra donde no nos veamos “tan” pasadas de peso o hashtagueamos #aquíenelgimnasio #vidasaludable. No creo que sea hipocresía. A pesar de señalar que lo importante es lo de adentro sin ver el estuche, buscamos la oportunidad de redimirnos y sentirnos a gusto con nosotras.

Tan a gusto como nos lo permiten.

El desprecio que le tenemos a nuestras lonjas, a esos rollitos y a las estrías en nuestra carne nos lleva a hacer un sinfín de cosas para eliminarlas. La representación de las mujeres en películas y novelas se basan en su mayoría en el mismo estereotipo: las buenas y lindas son delgadas y firmes, como un sinónimo de comida vegetariana, ensaladas, cero calorías, dietas, nutriólogos, entrenadores. Las gordas son las villanas, como Úrsula en La sirenita, las que son graciosas pero lindas, como una gorda Gwyneth Paltrow en Amor ciego, o la sufrida Gabourey Sidibe en Precious, humillada también en la vida real por su sobrepeso. Ninguna de estas tres podría simbolizar la seducción para el espectador. Triste. La que más se acerca es la cantante Adele, con decenas de notas en la prensa sobre cómo ha bajado de peso, ilustrando el antes y el después hasta la saciedad y el morbo.

Cuando los medios nos bombardean con publicidad fitness, nos participa de una violencia que al mismo tiempo nos invita a ansiar eso, la delgadez como símbolo de belleza y de salud. Es nuestro cuerpo contra el que se ejerce un violentísimo poder, los otros, los flacos, los hombres, las instituciones, al exigirnos buenas formas, sensualidad a modo, a no tener cabida en una concepción retorcida del mundo mientras tengamos kilos de más. Una violencia que viene también desde los sistemas económico y político, subjetiva y simbólica que se encaja en el lenguaje y provoca relaciones de dominación social que se reproduce en estos discursos habituales: bájale a los tamales, ¿no?, la imposición de cierto universo de sentido: los patrones de belleza.

Es la dualidad para nosotras, rubias o negras, delgadas o gordas, buenas o malas. Soy la gorda que pedirá el bote grande de palomitas y los nachos en el cine, ante la mirada de asco de los otros, o soy la gorda que no querrá comer nada para evitar esa mirada que va del asco a la lástima. Pobrecita, no quiso pedir nada. Sobrepeso y soledad. ¿Cuántas veces hemos pasado el tiempo apretando nuestras carnes? Pero claro que muchas de nosotras podemos ejercer el privilegio de lidiar con nuestro peso, de decir me vale, de reflexionar, de al final querer inscribirse en un gimnasio por nosotras mismas y nuestra salud, pero no. En un ejercicio de interseccionalidad también debemos saber que hay mujeres que no pueden, que aceptan la norma, que la desean para el otro, que la buscan incansablemente hasta la infelicidad y la muerte. La bulimia y la anorexia no son problemas pasados de moda. Las presiones culturales y sociales nos afectan más que a cualquiera y en todos los ámbitos. Ninguna mujer quiere ser la ballena de la familia. Dice Foucault que “las redes del poder pasan hoy por la salud y el cuerpo. Antes pasaban por el alma. Ahora por el cuerpo”.


Pandora es una novela exquisita y deliciosa. Las virtudes literarias y narrativas de Liliana V. Blum, cuentan cómo Pandora, una gorda de 120 kilos y 30 años, acepta que la traten mal por eso, por gorda. Sus disertaciones en torno a la alimentación y la gordura muestran la concepción de este universo: “Es una enfermedad, como si viviéramos en un mundo de castas y la de los gordos fuera la más baja. Más baja que la de los discapacitados, los deformes, los retrasados, los feos. Porque se da por hecho que nuestra condición es electiva: estamos así porque queremos. O porque nos falta voluntad, ganas de cambiar. Podríamos evitarlo, si tan solo no fuéramos una masa amorfa de grasa y pereza. Por eso las bromas crueles, el desdén, las burla, el rechazo social”.

Nuestro cuerpo, arma de defensa, instrumento de poder, contenedor de nuestro espíritu, lenguaje de provocación, de movimientos, gestos y posturas, pareciera que solo habla y dice todo al menear la cadera; no hay nada como una cinturita de avispa, decía sin cesar el esposo mientras veía comer a su mujer. Hay muchas formas de lastimarnos.

Quien piense esto como una oda a la obesidad no ha entendido nada. La exigencia en la salud femenina es integral y el Estado también se debe encargar de esto. Lo que no ve es que la violencia contra nosotras va desde la obstetricia, la ginecológica, la reproductiva y sexual, en suma, violencia institucional, y que todas estas repercuten en nuestros cuerpos y mentes. Las discrepancias solo afloran cuando se trata de calcular las consecuencias sicológicas y sociales que en materia de difusión, enuncian las tácticas y las políticas que se aplican. Por ejemplo, Prevenimss con su campaña contra la obesidad femenina, que junto con las recomendaciones para combatir los riesgos del sobrepeso, diabetes, entre otros, ilustran la página con una silueta de mujer esbelta y bien torneada, de vientre plano y senos firmes y puntiagudos, para no perder la costumbre de ligarnos a esto de la discriminación institucional, que no habla ni sabe, acaso, de la multiplicidad de cuerpos y de formas, pero que sostiene el ideario común, ese al que nos hacen querer aspirar. La salud y una cirugía me obligan a bajar mínimo 5 kilos, pero eso no impidió al médico decirme todos los beneficios de la delgadez, entre ellos, encontrar marido.

“En la historia de la humanidad siempre ha habido quien muere de hambre y quienes se rellenan la boca para rebozar. Es una pena: a nadie le importa el estatus del estómago ajeno. La relación comida-mujer es complicada. Los hombres comen para saciarse y listo. Las mujeres sueñan preparar la comida, la rechazan, la desean, la odian, la engullen, la vomitan, la añoran. Pasan todo el día pensando en aquello que no se comerán por temor a subir de peso.” Pandora pensó esto, lo sabía, lo comprendía como nosotras en un ejercicio de aceptación, y sin embargo el final llegó para ella con esa idea del amor romántico y la entrega total hacia el otro.

¿Cómo la sociedad nos percibe gordas? ¿Qué es estar gorda? ¿Cómo no percibimos nosotras? ¿Cuál es su naturaleza represiva? ¿Cómo interiorizamos esto a partir de los medios, la violencia, los insultos? ¿Nos verbalizamos gordas?

No nos hagamos de la boca chiquita. La frustración se vuelve el peor de todos nuestros males en ambos sentidos, no nos deja tener libertad de elección, si ir al gimnasio, si dejar de comer, si sentarnos sin culpas a admirar nuestras “curvas cremosas y suaves, en pechos claros como pudin de vainilla y pezones color chocolate” (V. Blum dixit).

Mientras, seguimos siendo un riesgo económico, cultural, político y hasta sexual si desobedecemos los cánones de belleza y lo que quieren los otros. Me gusta. Como me gusta el riesgo al que se enfrentan mis botones frente al ojal, como una estriper que se deshace de su blusa.





@negramagallanes

Publicado originalmente el 20 de junio del 2017 en LJA.







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