sábado, 2 de mayo de 2020

DÉJATE SOLO EL SOMBRERO





Baby, take off your dress

Yes yes yes

You can leave your hat on

Joe Cocker





“A muchos el universo les parece honrado; las gentes honestas tienen los ojos castrados. Por eso temen la obscenidad. […] Cuando se entregan ‘a los placeres de la carne’, lo hacen a condición de que sean insípidos”, escribió Georges Bataille en su Historia del ojo, una novela considerada depravada, vulgar y obscena que intentó prestarme alguna vez un novio con quién sabe cuál intención, pero que no me permití leer en su momento porque me daba pena sacar el librito en público y tenerlo en casa.

Obsceno: adj. Ofensivo al pudor… ¿al pudor de quién?

Escena 1: Cuarto grado de primaria, el patio escolar de un colegio de monjas y en el centro un corrillo de niñas nerviosas escondiendo una Playboy. La dueña de la revista la sacó del cajón de su padre con el único fin de mostrarnos la verdadera anatomía masculina que no tenía nada que ver con la de los libros de texto, dijo convencida. ¿Cómo lo sabía?, quién sabe, pero intuyo que el morbo o la curiosidad tuvieron que ver más que alguna clase de educación sexual. Ella sabía que adentro había fotos de mujeres desnudas, por lo que creyó que también habría de varones. Obvio que no fue así. Y aunque nuestra mayor curiosidad no fue satisfecha, todas ahí descubrimos por primera vez la conformación de la geografía de nuestro sexo, con sus montañas, ríos, hendiduras y abismos.

Desde muy joven me resistí a hacer del porno un catalizador para mis deseos, por lo que mi acercamiento ha sido reciente, y he de decir que gratificante, sin embargo, aún ahora me cuesta trabajo no reír con las exageradas actuaciones, o sorprenderme de la flexibilidad de los participantes, todos esos detalles que no me dejan envolver en el meollo del asunto. Lo mismo con los desnudos. El disfrute de los cuerpos llega para mí al descubrir los pliegues y las texturas, no por observar sus colores, dimensiones o tamaños, distracciones que también inhiben el radar de mi voluptuosidad. 

Aunque si considero todas las diferencias sociales y culturales con las que las mujeres crecemos en comparación con los hombres, no suena tan descabellado, pues uno de los resultados de estas diferencias ha sido que no gocemos de las mismas oportunidades para explorar la erotización de nuestros sentidos y nuestro cuerpo, y con esto de la curiosidad sexual.

Escena 2: Entra un grupo de amigas a un bar para disfrutar de un chou de desnudos masculinos, estilo Solo para mujeres. Los hombres en el escenario bailaban gozosos I’m too sexy ante la mirada atónita de muchas y el griterío de otras. Algunos de ellos, después de sacudir el trasero, bajan del escenario para frotar su cuerpo con el de la mujer que tenga más cara de susto. Pasada la medianoche, un grupo del área de Reglamentos del Gobierno del Estado se atreve a interrumpir la tranquila tertulia al considerar el espectáculo como una falta a la moral y a las buenas costumbres. Close up a las caras desconcertadas de las mujeres y a las tangas de los varones. 

El director del Área de Reglamentos instó al Cabildo de Aguascalientes a emprender una labor legislativa para aumentar las definiciones acerca de la Zona de Tolerancia luego de la “aparente necesidad” (las comillas son mías) de crear cabarets dirigidos hacia el público femenino, dice la nota.

El municipio de Aguascalientes tiene una Zona de Tolerancia, donde, valga la redundancia, se tolera el trabajo sexual, así como el comercio erótico en bailes o exhibiciones corporales, pero exclusivamente para hombres. Para variar, la historia nos cuenta que son ellos, más que otras mujeres, los que han comercializado la sexualidad de estas en todas sus variantes lujuriosas, lo que quiere decir que tanto para el consumo como para la mercantilización, ellos son los únicos autorizados. Mi principal preocupación con este tema tiene que ver con todos aquellos que son obligados a participar en estos actos: niños, niñas, mujeres, trans, y en menor cantidad pero no por eso inexistentes, hombres que son víctimas de trata de personas para satisfacer las aberraciones mentales de seres asquerosos que sin escrúpulos envilecen inocentes, por lo que me pregunto: ¿qué ese no sería el punto a vencer de parte del Gobierno?, la deformidad sexual, la deshumanización y cosificación que sufren estas personas. Dejando este punto aclarado, continúo.

Habría que establecer el criterio bajo el cual el Estado piensa en el pudor y las buenas costumbres, si es que en Las Violetas -o sea, “la zona”- los únicos con permiso moral para ingresar y participar son los hombres porque se considera que las mujeres no tienen ni derechos ni deseos sexuales. Paternalista y controlador, encierra y esconde lo “perverso” bajo su venia, lo que hace un caldo de cultivo propicio para las drogas y el proxenetismo, es decir, el delito. Entonces, todas aquellas personas que gozan con la experiencia sexual saludable y que asumen por completo una conciencia plena y libertad de elección ¿por qué no pueden participar de estos beneficios que ofrece el Gobierno de la alcaldesa Teresa Jiménez? 

Escena 3: Una mano femenina con uñas largas y rojas sostiene y acaricia delicadamente un dildo. Lo roza con sus dedos, lo aprieta fuerte, lo unta en sus manos en un vaivén.

Si partimos de la idea de que los objetos no son sexuales por sí mismos, así sea un dildo, por qué omitir entonces que somos las personas las que sexualizamos los objetos y los cuerpos, tal vez el problema recae en la simplificación y animalización del nuestra propia sexualidad, porque, ¿qué tendría de denigrante que las mujeres pensemos en nuestros propios términos en cosas sexuales? Válgame dios. Esa escena mejor no porque las mujeres no podemos externar deseo, nos hace parecer a los ojos de otros como lujuriosas perras en celo a las que no deberían tocar ni las obscenidades verbales ni físicas. Incursionar en la experiencia nos volvería unas reverendas putas. Por eso nos matan.

El hecho de que todavía exista una exclusión en cualquier ámbito es prueba de que la discriminación ocurre en el imaginario y la realidad de las personas. La pulcritud social, en otras palabras, el decoro, está ceñida exclusivamente para nosotras. Explorar la curiosidad sexual saludable, sin tabúes ni condenas sociales haría que, de raíz, menos niñas y niños acudieran a ella por el simple morbo, que supieran defenderse de depredadores sexuales y a la par, ya mayores lograran ejercer su erotismo sin embarazos adolescentes. Los que actúan como censores de nuestros deseos y los catalogan como insanos solamente fomentan la ignorancia sobre las facultades sexuales del humano. Si las mujeres aprendemos a decidir, sin esperar la coerción de la sociedad sobre qué es lo que debemos querer, entender y desear en materia sexual, será nuestro el placer de ver, tocar, morder u oler sin remordimientos, al alejarnos del estereotipo de las mujeres abnegadas y sin ganas para el deseo por los juicios de otros que nos convierten en mujeres de una mentalidad morbosa, muy por debajo de las mujeres sanas en alguna escala moral de persona de ojos castrados, como dice Bataille, al que una vez desprecié no por mis gustos, sino por los valores morales de una comunidad que me recriminaría al descubrir mi lectura, y con ella, evidenciar tal vez mis deseos y perversiones. La escritora Siri Hustvedt escribió que de haber tenido interés de joven por el porno hubiera estado obligada acudir a salas de cines particulares (¿recuerdan el cine París en la céntrica calle Madero?), “comprar una entrada, hacer cola entre hombres furtivos y cachondos, y sentarme sola en una butaca desvencijada con manchas de semen secas. […] En otras palabras, habría tenido que estar loca.”

Escena 4: Una noche, mis amigas y yo salimos a un bar infame y cucarachiento de cuyo nombre no quiero acordarme, puesto que ahí se presentaría el Diablo, el stripper masculino más cotizado de esas fechas. Para cuando su sombra apareció a lo lejos y subió al escenario tengo que confesar que reí, pero más de pena ajena que de gozo: alto y más bien escuálido, revestido en una larga y chafa capa roja, botas metaleras, torso desnudo y un pantalón mal cosido que a leguas dejaba ver los botones laterales que se desprenderían en el contoneo, el Diablo procedió a moverse, se quitó la indumentaria y soltó su larga y frondosa cabellera ante el ruido ensordecedor de las presentes. El demonio cargaba mujeres, se frotaba en sus cuerpos, meneaba el culo enfundado por una tanga roja satín y lanzaba miradas de millón con unos pupilentes blancos para, supongo, enfatizar su condición demoníaca. Y yo, hipnotizada, no podía dejar de ver su pecho, axilas y piernas, cubiertas por unas púas gruesas y gordas que no se había rasurado en muchos días. Pero esto no es como en The Full Monty, grité ahogada en el ruido, ¿por qué no baila mejor You can leave you hat on? ¿dónde están los cuerpos rechonchos y peludos que me encantan?



Cada quien con sus deseos.

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