miércoles, 27 de marzo de 2019

#METOO Y EL CAJÓN DE SASTRE












Un #MeToo mexicano surgió en Twitter para señalar públicamente a los hombres que han realizado hostigamiento y agresión sexual contra mujeres. Surgió de una comunidad, como otras en el mundo, que ve en esta acción la oportunidad de seguir visibilizando la violencia estructural patriarcal que vivimos a diario en todos lados. Surgió como una denuncia, como una catarsis.

El tema es tan amplio que me parece reduccionista continuar enfocándolo en que las mujeres somos las recibidoras oficiales de las múltiples violencias, para mí es necesario observar de a poco, al menos, algunas otras de las aristas de esta cara.

No me interesa hablar de ellos y sus masculinidades. Mucho menos de si son o no culpables. En esta cara, la arista de mi atención está en nosotras. Tampoco voy a caer en el juego de si las mujeres mentimos o no.

Tengo otros apuntes.

Respeto mucho a todas aquellas que se atrevieron a señalar directamente a quien las violentó de alguna forma. Hasta la fecha, yo no he podido hablar en público de mis agresores. Quién sabe si algún día lo pueda hacer. Por eso mismo respeto y admiro su valentía. Una víctima de agresión calla por miedo, por vergüenza, por sentirse culpable, por múltiples razones, y tiene el derecho de reservarse su acusación social y denuncia legal, sin que se atrevan a poner en entredicho su acusación.



A mí me interesa señalar en este momento el contexto y la percepción general que tenemos de nosotras mismas y de lo que padecemos. Me sorprende la facilidad con que han puesto TODO en el mismo cajón de sastre. Sin despreciar ninguna de las violencias, no es lo mismo el acoso de género al asalto sexual. Nunca. No voy a colocar en el mismo lugar el dolor de una mujer que ha sido violentada de una manera brutal en su corporalidad y psique a otra que también padeció, pero de manera muy distinta, por recibir menosprecio a su talento o por ser acosada con insinuaciones sexuales. No podemos igualar el machismo que recibimos en comentarios soeces o agresivos con una violación. No es justo para las mujeres y las niñas que llevan una violación a cuestas. Hay múltiples violencias y todavía pocas maneras de enfrentarlas. Nunca serán las mismas.

Otro: es cierto, la inmensa mayoría de los agresores gozan de inmunidad por parte del sistema patriarcal, judicial o no, son exculpados porque “así son los hombres”, porque “nosotras tenemos la culpa”, porque “no hay suficiente evidencia”, porque “ellos son buenos con sus hijas”, pero eso no debería colocarnos en una posición de víctima eterna, incluso antes de que nos ocurra algo, eso es perpetuar lo que el patriarcado quiere para someternos. Nos quiere débiles, discriminadas, vulneradas, que dudemos de nosotras mismas, de nuestro potencial, una mujer víctima fortalece los estereotipos de género, no podemos pensar por nosotras mismas, somos inestables, a merced de la protección del “más fuerte”, en este caso, del Estado. Pero como nosotras ya entendimos que el Estado nos nos ofrece las garantías necesarias ni en las leyes punitivas ni en las acciones preventivas, entonces decidimos poner el cuerpo y tejer redes de apoyo entre mujeres, como en este caso para señalar al agresor.



Sin embargo, si de poner el cuerpo se trata hay que politizarlo: ¿de veras hay conexión entre el discurso y la acción?, ¿en cuántos casos aquellas que dicen no estás sola, después del señalamiento y el escarnio público, de las amenazas del agresor, apoyarán con los gastos necesarios cuando estas mujeres sean injustamente despedidas?, ¿cuántas encontrarán otra casa, sustento, otro trabajo en los linderos de las garantías individuales?, ¿cómo van a poner el cuerpo por las otras, no únicamente de sus amigas?, ¿cómo las ayudarán en los hechos más allá de cientos de retuits?, ¿dónde se queda la promesa del apoyo? Y como somos muy dados a malentender, léase: esto no tiene nada que ver con que se callen, que no denuncien, mi señalamiento es que la comunidad romantiza estas acciones de apoyo, de sororidad, todo el feminismo de hecho, a tal grado que se desvanecen en un tuit, en un post que es muy fácil escribir pero que no se refleja en la realidad, en el contragolpe, en las consecuencias.

Un apunte más: el escrache, en mi definición, es una acción punitiva para estigmatizar socialmente a quienes han cometido abusos, y como tal no sirve como estrategia eficaz para acercarse ni a la justicia social (un rato mentaremos madres contra los señalados y ya) ni a la legal; el escrache sólo revictimiza, pone a las mujeres en el escrutinio de estúpidos [¿y si ella lo provocó?, pero ve cómo se viste]; fomenta el morbo; obliga a tomar posturas y polariza, habrá quien defienda al agresor porque es su hermano o conocido, habrá quien defienda a la víctima solo porque es su hermana o conocida; y sí, ante esto, para mí el anonimato no abona a establecer a conciencia el problema en la sociedad, desgasta el objetivo inicial, y aunque sé que uno de las planteamientos es que si no hay acceso a la justicia, entonces que al menos haya venganza, pero eso no lo comparto, porque en primera también romantizamos la manifestación y la protesta como si de verdaderos actores sociales se conformara, cuando todos regresamos a nuestras vidas al finalizar el día, sin resultados, sin otra perspectiva que la individual: ya denuncie, ya señalé, ya maté a mi violador, vayámonos a nuestra isla, sin ellos, los verdugos, aunque el sistema patriarcal continúe; y segunda, que no tengamos mecanismos adecuados para acceder a la justicia por parte del Estado es otro de nuestros pendientes, ese Estado machista que se lava las manos y nos deja solas, mientras nosotras hacemos ajustes de cuentas. Acompañar el derecho al reclamo, a la manifestación, también va con las exigencias a los tribunales, a las instituciones, a la presentación de resultados. Y si es que acaso el escrache les da miedo a los vatos, ¿cuánto tiempo les durará?

A fin de cuentas estoy convencida de que no se trata de calificar quién sí y quién no denuncia o cómo lo hace, esto es mucho más grande que todo eso junto, neta creo que no alcanzamos a ver todos las aristas, todos los aspectos. En mi paso por la universidad y trabajos y relaciones personales y de amistad, tengo una lista interminable de nombres de varones que trataron de seducir, que acosaron, que tocaron lascivamente, que agredieron sexualmente a amigas y conocidas, a mí misma. No las he visto levantar la mano como tampoco yo lo he hecho. Es tan complicado el mecanismo de denuncia, que puedo asegurar que todas conocemos a una mujer que no ha levantado la voz porque este #MeToo no le va a funcionar para su propio cauce ni cura. Lo que sí he visto hoy, en estos días, es a otras mujeres publicar contra otras mujeres: Por qué denuncia si ella es bien agresiva. Porque eso es lo que se nos olvida: la condición de humanos es de todas y de todos. Sí sé cuántas al día son asesinadas, que no se confunda, sí entiendo la violencia en contra de nosotras en sus manos fuertes y varoniles, sí entiendo que nadie cree en nuestras denuncias, esos son otros puntos. Lo que no voy a dejar de señalar el esencialismo en el que hemos caído. La idea de la mujer buena solo por el hecho de ser mujer ya nadie se la cree, pero la seguimos reproduciendo. Difunden que las mujeres somos el género oprimido, vulnerado y dominado solo por ser mujeres, algo esencialista porque no cuestiona la naturaleza del ser, porque nos otorga cualidades fijas, víctimas siempre, inocentes, de la misma manera como lo hace el otro bando, el patriarcado: las mujeres tenemos cualidades fijas, débiles, dadas a la protección, buenas e inocentes, por eso quien no cumpla con esta “esencia” es una puta arrabalera, por eso todas debemos ser madres. No queremos ver que las mujeres también hemos encontrado en la reproducción de las formas patriarcales una estrategia para dañar a otros y a otras, para salir de ese estado de opresión y sumisión. Todo esto sin considerar que a lo largo de mi vida me he topado con señalamientos absurdos y violentos de otras mujeres hacia mí. No voy a decir que yo nunca lo he hecho, no tengo ni la superioridad moral ni la verdad absoluta ni me rasgo las vestiduras. He padecido acoso de mujeres que gozan de prestigio y que lo usan para desacreditarme sin importar las mentiras que se inventan y que terminan creyéndose. Mujeres con sus amigas que no les importó el daño que me causaban con sus aseveraciones malintencionadas e insinuaciones indirectas. ¿Las debo de nombrar?, ¿las escracheo también?, ¿de forma anónima? ¿Ven por qué no todo cabe en el mismo cajón?

Cada una de todas estas situaciones tiene un contexto, unos actores y una sociedad machista y misógina que está detrás, que no ha querido revisarse y cuestionarse y que dudo que lo haga desde la crítica, esa que no se acepta cuando todo es estás conmigo o contra mí.


Dicen que ni perdón ni olvido, pero dudo mucho que este #MeToo perdure, que abone más que al chisme de grupillos laborales, literarios y académicos, dudo que conforme y sane a las víctimas de acoso y violencia sexual sin otras herramientas. Me duele ver que son ellas las primeras invisibilizadas porque se han banalizado las denuncias: “dicen que fulano hizo tal”, “ese es un acosador, bien que sabe agredir”, ¿qué clase de denuncias son estas?; ellas, que con toda la necesidad de gritar cómo han sido vulneradas, con el temblor en su cuerpo al levantar por primera vez la voz, su declaración se ahogó en un mar de generalizaciones, en un cajón de sastre donde cabe todo.

Coda: Vatos, este texto no es por ni para ustedes, absténganse.





@negramagallanes

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