Duérmete, mi niño, duérmete ya,
que viene el coco y te comerá.
Duérmete, mi niño, que tengo que hacer,
lavar tus pañales y ponerme a coser
una camisita que te vas a poner.
A pocos meses de haber iniciado el sexenio, la Secretaría de Bienestar Social del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador canceló el programa de Estancias Infantiles al asegurar que se incurría en desvíos de recursos, por lo que ya no se entregaría el dinero a las guarderías, sino directamente a sus padres o tutores, 1,500 pesos bimestrales, para que ellos decidieran si los niños regresaban a las estancias y pagaran el servicio con ese dinero, o a sugerencia del entonces secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, las abuelitas podrían hacerse cargo de cuidar a los niños, y así ellas directamente serían beneficiadas.
Si existían desvíos de recursos o malos manejos en los subsidios, el Gobierno debió realizar las investigaciones pertinentes para detener esta práctica, pero no fue así. Canceló de tajo el programa y afectó directamente, primero, a los niños al frenar su desarrollo en las estancias, después a los padres y madres que, vueltos locos, tuvieron que buscar de inmediato cómo resguardar a sus hijos mientras realizaban sus actividades cotidianas, y también a las trabajadoras de las guarderías, al dejarlas sin su fuente laboral; eso sí, realizó un “censo” para saber a quienes entregarían el dinero en la mano, sin establecer los lineamientos para evitar “otro” desvío de dinero. La Comisión Nacional de Derechos Humanos se pronunció al respecto: la desaparición de las estancias infantiles fue violatoria a los derechos de la infancia en México. López Obrador tachó de absurdo esto y se negó a acatar la recomendación de la CNDH.
Si dejamos por un momento estas acciones, también podemos observar el discurso del Gobierno de México: la crianza es cosa de mujeres. No sólo se trata de la declaración del exsecretario, sino de la percepción que se tiene, las familias resolverán la situación y serán beneficiadas a la larga. Sin embargo, no se consideró que el llevar y traer, dar de comer, bañar, dormir, limpiar el tiradero de todo esto, es una labor casi en su totalidad de “naturaleza” femenina. Nosotras somos la materia prima para que las familias “funcionen” porque no existe la promoción de las tareas y obligaciones domésticas compartidas entre padres y madres.
Las mujeres crecemos sin poder tomar las riendas de nuestros propios proyectos, que las más de las veces están acomodados a los horarios escolares de los hijos, o limitados a los trabajos en la casa, impulsado por ese mismo discurso de los institutos de las mujeres que promueven cursos estereotipados de corte y confección, cortes de cabello o repostería, o, por supuesto, padecer amorosas pero dobles y triples jornadas laborales fuera y dentro de casa.
Los Gobiernos nunca han querido ver lo que implican sus políticas públicas, como las asistenciales, que no combaten la pobreza, y en este caso en particular continúa con un proyecto neoliberal que no beneficia en la redistribución política y económica, y que oculta las experiencias cotidianas femeninas, lo que entorpece por completo nuestro potencial, la maternidad no debería ser excluyente de proyectos laborales, escolares y creativos de las mujeres, pero es muy difícil si estamos solas en esto, se reproduce el mandato de que si eres mamá, lo eres las 24 horas del día; más aún, continúa siendo muy complicado que los hombres comprendan y acepten que sus obligaciones no son exclusivas a la de proveedores, sino que también deben involucrarse en la crianza, no las abuelas, no las tías, ellos; todo esto sin considerar siquiera la situación de abandono de la mayoría de las mal nombradas “madres solteras”, cuando carecen de una red de apoyo.
Así es como se reproduce el estereotipo de que las mujeres somos las cuidadoras de todos, pero al final, ¿quién nos cuida a nosotras? El Gobierno, no. La familia, no. No sólo eso, también se promueve un ambiente y un discurso discriminatorio, ese de nosotras nos hacemos cargo, nosotras somos las responsables, solas o acompañadas, nosotras lo resolvemos. Lo tenemos que resolver. ¿Con quién pretendía reunirse López Obrador para combatir el huachicol? Con las mamás de los huachicoleros. Sin considerar que esto es totalmente insensato al tratarse de materia de seguridad nacional.
Ese Gobierno de México ha querido colgarse de la bandera del feminismo desde la campaña, mucho de esto a través de la figura de la secretaria de Gobierno, Olga Sánchez Cordero, que a lo largo de su carrera ha hablado de los derechos de las mujeres, ella, no López Obrador. Y sin embargo, ella es la que ha quedado relegada de sus tareas desde el inicio, invisibilizada. Y ya, a unos días de que López Obrador entregue su Primer Informe de Gobierno no hay acciones contundentes que garanticen la igualdad y la equidad para las mujeres.
Si de verdad existiera una transformación, la 4T hablaría de condiciones de empleo, de educación y de salud compartidas entre mujeres y hombres para los hijos de ambos. Otorgaría permisos masculinos en el periodo del posparto, la lactancia, la enfermedad, la integración de tareas. Al menos en un inicio.
Porque traer un hijo al mundo es un proyecto biológico, pero no es exclusivo de las mujeres, que la mayor parte de las veces se encargan de personas ingratas, que son las cuidadoras perpetuas de todos sin que exista para ellas reciprocidad, ni protección emocional, económica y social. Llevar, traer, dar de comer, bañar, cuidar, proteger, atender a los hijos o nietos, cantarles canciones de cuna, sigue siendo visto como cosa de mujeres. Ni en el discurso estamos incluidas, menos en los hechos: recortes y cancelaciones a refugios para mujeres víctimas de violencia extrema, cancelación de apoyos a niños hijos de mujeres víctimas de feminicidios.
Entonces, con este Gobierno de la Cuarta Transformación, ¿cuál va a ser la transformación para la vida de las mujeres en México?
@negramagallanes
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