A mi abuela Mina se la robó mi Papá Chicho cuando ella tenía 13 y él 24. Mi Mina le contaba a mi madre y a sus otros 11 hijos las penurias casi siempre hincada frente a la lumbre mientras echaba las tortillas para darles de comer. El de su rapto fue uno de los relatos que ella misma me contó, no a través de mi madre. Mi abuelo Chicho la vio en la calle, se le acercó y le dijo: prepárate, en la tarde iré por ti. No me pidió, me llevó con él. Y yo, taruga, no supe. Mi abuela pasó de ser una niña de casa a una mujer resignada a su destino en menos de una semana.
Esto lo recordé mientras leía Adiós, Tomasa, de Geney Beltrán, sus historias, aunque no son similares a la de mi Mina, tienen un punto en común: estados de emergencia que con toda naturalidad se reproducen en este país en lo cotidiano, entre nosotros: la violencia, el arrebato, la crueldad, el dolor y la muerte.
Con Adiós, Tomasa, el escritor Geney Beltrán entrega su tercera novela, a la par de destacarse como un potente cuentista y ensayista, sin dejar atrás su labor literaria como editor. Con esta novela, crea realidades compartidas que se desligan de ser únicamente estrategias narrativas, pues se articula de la mano del dolor y forma una conexión orgánica entre la mirada infantil y masculina de la violencia, en este México violento y misógino donde no es fantasía ni ficción. Adiós, Tomasa busca reflejar una realidad que nos circunda y que nos exige el diálogo, porque ¿cómo dejamos a un lado la relación de la escritura con los contextos en la que se produce?
En las entrañas del país, en las sierras, en las comunidades alejadas de las “suidades”, dicen algunos personajes en Adiós, Tomasa, existe una memoria colectiva que reconoce que lo escrito no está fuera de los linderos de la realidad. México vive una que ha atravesado sexenios, que viene de mucho más atrás de la guerra contra el narco de Calderón, y que continúa presente hasta ahora con la incertidumbre en la formación de la militarizada Guardia Nacional, la confrontación contra los cárteles de la droga está en los medios, de manera grotesca o silenciosa, está en las fosas y en las morgues donde no caben los cuerpos, y en el sufrimientos de miles de familias. Pero también está la violencia íntima, la doméstica, la que penetra el cuerpo de las mujeres en su mente y corazón. La que embiste con saña las hendiduras. Esa que nos hunde en un sistema de dominación patriarcal. Los mecanismos de crueldad que se utilizan contra nosotras. El despecho, la dependencia, los celos, el odio, la falta de oportunidades y las ganas de correr sin que nadie nos detenga. Adiós, Tomasa lleva esos estados de emergencia en sus líneas, que nos atraviesan en el contacto directo unos con otros en la calle y en la cama.
La Tomasa es una niña que ha sido violentada desde muy pequeña. La Tomasa es contada por el Flavio a la par de la íntima historia familiar, una visión masculina que desafía a denunciar que la realidad es mucho más dura y compleja que sólo el olor dulzón de los tomates que la Tomasa asaba justo en el momento en que iban por ella, o el sopor que provoca el calor mientras se está atrás del mostrador de un abarrote, y que impide siquiera la respiración del Flavio mientras aquellos hombre se la llevan.
Geney Beltrán no hace de su texto una denuncia social, aunque se lo cuestione el escritor de la historia de la Tomasa, esa tarea forma parte de mi lectura, es mi imposición. La realidad me estalló en el rostro, pero eso no significa que la literatura tenga que llevar un mensaje o una idea, Geney presenta el estado de las cosas, transmite. Una tortilla hinchándose como sapo en el comal es el amor; el olor de la mierda, el miedo; el del sudor de los sobacos, la tierra; el alcohol en una boca y la mugre en las uñas, la perpetración.
En Adiós, Tomasa, Beltrán Félix permite al narrador utilizar la voz del Flavio para contar la historia, un escritor que está consciente que su escritura no cambiará la realidad de las mujeres ni abonará a un cambio en las estructuras sociales. Sin embargo, una tradición latinoamericana hace que al igual que numerosos escritores, vuelque en su literatura una narración de los hechos que a través de los personajes defina un sendero de denuncia. Bordes que impresionan al lector por lo vívido de la pérdida, de la destrucción, todo sostenido en la lengua, el léxico, el dialecto, los neologismos para explicar lo que no tiene nombre en la normalización de la violencia, el abuso que se extiende en cada casa, en cada cuerpo de mujer u hombre y que invisibiliza los daños y el sufrimiento.
Adiós, Tomasa le da cuerpo y sensaciones a los números de la violencia y el horror en este país, va de lo general a lo particular y viceversa, relata en las historias familiares la dominación masculina que define comunidades y pueblos, ya no importa si es o no literatura o realidad, necesita de nuestros ojos el vislumbre de la justicia.
Geney Beltrán no se detiene a juzgar la moral ni los actos de sus personajes. No adopta la visión de estos nuevos tiempos en los que valiera más una dosis de corrección a la verosimilitud de la historia. Nos entrega una convergencia en donde a la realidad no le falta nada ni a la ficción le sobra. Hay que vivir en este lugar para aceptar que así son las cosas, pero que por eso mismo no hay que no permitirlas.
Lo que sí es que nos impone un ritmo y los códigos necesarios para darnos cuenta cómo El Negocio y el Patriarcado nos rodean, con todo el poder, los billetes verdes y las mujeres; cómo todavía los hombres no lloran ni ante el cadáver de su padre y se deben de alinear a los estereotipos, y aquí ya nada tiene que ver con lo fantástico.
Eso es Adiós, Tomasa, más que su estructura narrativa, más que el contenido violento en medio del letargo o de lo frenético.
La lectura de esta novela me impuso el desasosiego, me invadió de sensaciones y me trajo el recuerdo de mi Mina, esta niña de “suidad”, privilegiada, que pensó en sus historias al sumergirse en el texto.
Una mañana, mi abuela tenía hambre y sus niños también. Se los llevó al cerro agarrados en fila de la mano y con la otra cargó una cubeta, un cuchillo y la determinación de brincarse una barda y robarse unas tunas jugosas que saciarán el hambre. Al ser descubiertos, corrieron todos con los más pequeños en brazos a esconderse del castigo. Ahora la familia lo cuenta entre risas.
Adiós, Tomasa, y su desarrollo me dispuso a la realidad, su reminiscencia y sus difíciles sensaciones. Ese fue el gozo del texto.
Texto leído durante la presentación de Adiós, Tomasa, novela de Geney Beltrán, en el patio central del Ciela Fraguas
@negramagallanes
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