miércoles, 1 de abril de 2020

FLIRTEO





¿No eres un asesino cereal, verdad? Dije cuidando mi dicción, ce-re-al, repetí. Nos conocimos a través de redes sociales y acepté tener una cita con él después de escribirnos por un tiempo. En ese entonces, yo salía con frecuencia a los bares y cafés con mis amigos y estaba muy harta de los galanteos de los hombres. No es que eso fuera malo, lo malo era que muchas veces parecía que su flirteo no era consecuencia de un interés genuino por mi conversación o por mis caderas rotundas que despertaran su instinto animal de copular. No. Sus coqueteos eran tan genéricos que por eso me hacían dudar de su sinceridad: amiga, qué guapa eres, ¿por qué tan solita?, pero ¿en serio no tienes novio?, eres tan linda. ¿Ya te han dicho que tienes unos ojos hermosos?, no puedo dejar de mirarte. Tan básicos. Un insulso flirteo para no salir solos del bar.

Insulso e insultante. De veras me han de creer muy mensa como para caer a sus pies por un qué guapa estás, pensaba. Gracias, sí, ya sé en qué consiste mi belleza, respondí altanera más de una vez. También muchas veces un no fue insuficiente para hacerlos desistir de su empeño y hostigosos, necios e impertinentes continuaban con su mala estrategia de ligue, ándale, no te hagas del rogar, se lo escuché decir a decenas, porque no means yes, yes means anal, remember?

En estos tiempos esa insistencia pasó a nombrarse más fuertemente como acoso. Y aunque se empeñen en decir que esto es propio de relaciones binarias porque todo en el mundo es culpa de la heteronorma, no lo creo exclusivo. He visto a las mejores mentes de mi comunidad lgbt siendo víctimas de las mismas necesidades sexo-afectivas. Como sea, ahora más que nunca y sobre todo después del #MeToo, las mujeres vamos haciendo visible el feo comportamiento de los hombres entre ellos y con nosotras en distintos espacios, con lo que poco a poquito levantamos la voz para decir que ya no estamos dispuestas a permitir su asedio, aunque ellos continúen. También en estos tiempos es muy nuevo señalar que la mayoría de los hombres tienen una formación muy limitada en el proceso de sus emociones; y que las milenarias desigualdades entre ellos y las mujeres son, en parte, causantes de la violencia de género.


Entonces, al evidenciar las mujeres estas múltiples violencias, muchos hombres se enfrentaron al dilema de modificar su estrategia de ligue para no verse ni acosadores ni violentos. Sin embargo, con alevosía, dejaron sus miradas insistentes y su conducta pasivo-agresiva disfrazadas y se autonombraron como aliados de las mujeres para obtener sus favores. Un aliado, en estos términos, es ese hombre que dice entender todas las violencias estructurales que vivimos a causa del patriarcado, pero que no quiere perder o compartir los privilegios obtenidos por su género. Es un hombre necesitado de atención femenina que busca cómo sacar provecho de lo que las mujeres poco a poco, también, vamos entendiendo sobre tener agencia de nuestros cuerpos, del derecho a ser libres, plenas y autónomas. El aliado se inventó una nueva forma de cortejo mucho más intrincada pero igual de insultante al creernos muy tontas. Amiga, venceremos en esta lucha por tus derechos sexuales, ganaremos esta batalla para que decidas sobre tu cuerpo, y qué mejor si decides liberarlo conmigo. Amiga, yo no diré que eres hermosa, yo cantaré y bailaré contigo bajo la luna, lleno de tu sangre menstrual (u otras ridiculeces por el estilo). Amiga, no te pertenezco ni tú a mí, por eso no estableceremos acuerdos y seremos libres para darnos con otras y otros.

Si antes vi cómo algunas de mis amigas de parranda caían ante un genérico hola, guapa, cómo estás, ahora también veo cómo otras caen ante los mismos patanes pero ahora con teoría queer leída para que suene bonito el galanteo. No las juzgo. Crecimos anhelando el amor romántico y perpetuo. Por eso me parece vital pensar dos veces el flirteo como otra expresión de nuestra vida social, que como en todas las culturas del mundo, está organizada alrededor de la sexualidad. El flirteo que antes del feminismo en redes sociales y después, sigue y seguirá siendo el mismo, desde necesario como un catalizador de nuestros deseos, hasta soso, absurdo, agresivo y acosador.

Para muestra, un botón: Un hombre me contactó para solicitarme una entrevista sobre la legalización del aborto en el estado. A medio encuentro confesó que la entrevista no existía y que todo fue una treta para acercarse a mí y conocerme, tenía miedo que de invitarme directamente a salir yo dijera que no. Amable, incluso agradable, él tampoco, como otros hombres, aceptaría un no por respuesta, por lo que tuvo que inventarse una entrevista bajo la idea de que tal vez el engaño podría ser algo romántico que yo pasaría de largo, y esperaba que lo tomara como un halago. La verdad es que no me sentí halagada pero tampoco insultada. Para mí fue la estrategia fallida de un hombre que no supo acercarse de otra manera. Que si lo pienso dos veces hoy me da terror: era un desconocido con toda la fuerza en el cuerpo que, de querer, bien pudo lastimarme al sentirse rechazado.


Pero está el otro lado de la moneda. Aun con esto no puedo aceptar que los hombres sean, en el caso específico del flirteo, nuestros verdugos, porque eso significa que las mujeres siempre seremos, de nuevo, como le gusta al patriarcado, las tontas que caen, inocentes, bajo sus garras, lastimadas por sus maneras de “aprovecharse” de nosotras. Tampoco significa que no crea en los mecanismos de dominación que la cultura -y ellos bajo su amparo- ejercen contra nosotras, y por lo tanto no puedo omitir que a la fecha la cifra aumenta con nueve mujeres asesinadas por día en el país, lo que nos ha obligado abrir más los ojos ante la violencia, ser desconfiadas y también violentas para defendernos.

Lo que quiero decir con esto es que no voy a culparlos a ellos de todas nuestras respuestas. No somos las víctimas constantes que no saben tomar una decisión al reconocer el trato que recibimos de los hombres. Al menos ahí no voy a colocarme. Traemos en el cuerpo y la mente una carga histórica opresión pero si continuamos pensándonos como víctimas no cambiaremos nada. Así que abrir los ojos para distinguir a un acosador no significa que todos los hombres lo sean. Algunos, muchos, son torpes y quieren ligar malamente, otros son feminicidas. No podemos colocarlos en el mismo saco. Porque también es cierto que nosotras somos unas coquetas, eso es parte de nuestra liberación sexual y tenemos derecho a serlo, sólo que nos acercamos a ellos pero temerosas, y lo peor, sin que eso active nuestra alerta para alejarnos si es que de verdad hay un peligro. Hagamos la distinción, no vivamos como víctimas de su galanteo. En estos tiempos violentos no podemos permitirnos vivir así, mejor abrir los ojos. Yo repetí entre risas nerviosas ce-re-al, asesino serial, porque de cierta manera sí me dio miedo que lo fuera. Y ante las señales, mejor me fui.

Por cierto, ¿ya leyeron Acoso, de Marta Lamas?






@negramagallanes