él retorna, perdido, a su fatal deseo
Kavafis
En este país hemos matado hasta a nuestra conciencia, decía Juan Pablo entre risas.
En ese entonces yo trabajaba en una tienda de ropa para “caballeros” y él estudiaba Letras Clásicas. Una tarde se acercó a mí intrigado por el libro que sostenía en las manos y de ahí en adelante nos quisimos. Por temporadas. Lo nuestro, lo que fuera, iba y venía entre su retorno a clases al otrora DF y mi vivir, aquí, en provincia. Cada que regresaba lo hacía lleno de ideas y de mil temas para contar, la ciudad de los palacios, las clases, los amigos, los museos, los nuevos libros descubiertos, y siempre con una edición en español de los Poemas eróticos de Konstandinos Kavafis en la mochila. Algún día lo leeré en griego demótico, decía presuntuoso. Mientras, yo aquí estaba, con inventarios de camisas y corbatas, horarios fijos y un día a la semana de descanso.
Juan Pablo hablaba mucho de la muerte. Prehispánica, griega, latina, colectiva, individual. Eres un suicida decimonónico, le decía yo mientras rodeaba con mis brazos su cuello para darle un beso y jugar a que le anudaba una corbata imaginaria, como a mis clientes en la tienda. Pasábamos sus vacaciones y mis salidas a comer tirados en el pasto leyendo, hablando, besando, fumando mucho. La próxima vez que venga ahora sí ya habré dejado de fumar, y daba una calada; desafío a la muerte, pero le tengo miedo.
Nosotros no podemos morir de enfisema pulmonar, atropellados bajo las llantas de un urbano, ahogados en una presa, mejor como el caguamo, decía en cada oportunidad en donde la vida nos tenía muertos, pero de risa, sin poder contener las lágrimas y los espasmos. Esto sí es vida. Amaba a Juan Pablo y mi estar con él. La primera vez que regresó a clases, que se fue, sentí el duelo. Primero quería correr a sus brazos y después lo odié por dejarme aquí. Sería mejor si estuvieras muerto, le grité por teléfono. No soportaba su ausencia. Saberlo feliz en otra ciudad, estudioso, vivo, me hacía desesperar. Lo cierto es que lo envidiaba. Yo solo podía leer rumbo al trabajo o robándole el sueño a mis noches; en ese momento, no podía matricularme en ninguna escuela y mucho menos irme.
Una tarde, bajé del camión con mis ojos ridículamente clavados en un libro, dispuesta a terminar el capítulo. Caminaba lento y sorteaba a la gente, más de lo habitual, hasta que me di cuenta que una luz de sirena iluminaba la calle. Una bolsa con el mandado estaba junto a la sábana que cubría el cuerpo atropellado de una mujer mayor. El libro se me resbaló de las manos y sin que me importara corrí hasta llegar al trabajo. Marqué la lada para solo atinar a decir después de escuchar su voz perdóname, aquí te espero, no quiero que te mueras, tengo envidia, es eso, envidia de que tú estás allá y yo aquí, inmóvil, sin ti, nada más eso, yo te extraño.
Juan Pablo regresó en verano y luego en invierno; en un nuevo diciembre me regaló un ejemplar de los Poemas eróticos. Encerró con muchos trazos de tinta roja este poema y escribió a un lado de polvo del pasado, “polvo enamorado”, de Quevedo:
Recuerda cuerpo
Recuerda cuerpo no solo cuánto fuiste amado,
no sólo en que lechos estuviste,
sino también aquellos deseos
que brillaban en los ojos
y temblaban en la voz
y que hizo vanos
algún obstáculo del destino.
Hoy, que son polvo del pasado,
parece como si los hubieses satisfecho.
-Cómo ardían, recuerda, en los ojos que te contemplaban,
cómo temblaban por ti en la voz, recuerda cuerpo-.
Ese fin año en especial, entre la risa y el amor, habló más que nunca de la muerte, no somos propietarios ni de la nuestra, Tania, ni dios lo es porque no existe, tal vez la posee el Estado, te envía a la guerra o bajo sus mismas trampas te va matando de a poco en vida. Nada nos augura una buena muerte, pero nos malogran el bien morir. No hay consuelo llevadero. Solo hablamos de nuestros muertos, los recordamos y ellos ni lo saben, ni les importa ya. En este país que tanto se venera a la muerte, nadie atiende ni los asesinatos del narco ni los del IMSS, somos como moscas que mueren a los dos días, efímeras, siempre habrá más que coman de la mierda en el suelo. Esperamos la nota roja donde igual somos los protagonistas, de un bando o del otro, asesinos o asesinados. Y seremos relevados con otra noticia, más nueva, más brutal, y pocos clamarán justicia y nadie los va a escuchar. Ya nos acostumbramos a la peste.
Era enero del 2003. Juan Pablo esperó hasta el último día de su estancia para decirme que había obtenido una beca para la maestría por dos años en Italia. Se fue y yo lo volví a odiar.
No supe nada de él en todo un año hasta que me animé a llamar a casa de su madre. No me ha llamado en todo el mes, dijo. Que no se sentía feliz, que la gente lo abrumaba, que la desesperación. Yo que lo envidiaba porque estaba en otro país, en otra ciudad de los palacios, lleno de clases, con amigos, museos, nuevos libros descubiertos, y él no se sentía feliz. Después supe que regresó a México y que estaba bien. No volvió a buscarme y tampoco yo hice el intento. La querencia se me murió y pasé del duelo a la parsimonia de los días, los años y nuevos amores.
En mi primer día de clases en la universidad pensé en él. Para 2009 ya se había asentado la infame guerra contra el narco y la violencia se exacerbaba. Juan Pablo y la muerte. Qué pensará. ¿Cargará todavía el libro de Kavafis en la mochila? El mío me lo robaron en Maruata.
Hace unos años, tres, tal vez, me encontré al único amigo en común que teníamos. Después del saludo efusivo y los enunciados de cajón hace tanto sin verte, cómo has estado, qué bien te ves, no pude evitar preguntar por Juan Pablo. ¿No supiste?, se murió hace dos años. Yo pensé que no habías querido ir al velorio. Regresó de Italia mal, se fue al DF y se perdió mucho tiempo. Ya sabes, que si la muerte, la violencia, el desamor, que detestaba a la humanidad, que no había motivo para reír, no dejaba de fumar.
Tenías razón, suicida decimonónico, en este país hemos matado hasta a nuestra conciencia. ¿Supiste de las fosas? ¿Qué dijiste de los feminicidios, de las muertes por el narcotráfico? ¿Aprendiste demótico? Ya no te tocó saber de los cuerpos que apilaron en tráilers y que pusieron a circular por las calles de tu Guanatos, ni viste que hay un mal nombrado monstruo de Ecatepec, de donde me contaste de unas fiestas con aguas locas. Qué bueno que no te enteraste de nuestro odio por la caravana migrante. Yo te recordé otra vez hace unos días y hablé de ti. Aunque ya no lo sepas, aunque ya no te importe. Porque estás muerto. Polvo del pasado. Polvo enamorado. Ya no hago inventarios de corbatas, todavía tengo horarios fijos y un día a la semana de descanso. Pero ya no envidio, yo sigo viva.
@negramagallanes